miércoles, 30 de diciembre de 2009

Gang Bang canino

Ya venía con la idea dándome vueltas en la cabeza desde hacía más de dos meses, pero a pesar de tener una fiera mascota como Rex y de conocer a gente que también tenía perro se me hacía muy difícil –casi imposible- concretar mi sueño. Cada vez que Rex me poseía mi fantasía me era recurrente y no podía evitar recordar lo vivido en la estancia de mi amiga la primera vez que fui, sin caer presa de un incontenible ardor interior que me consumía de pies a cabeza.

En momentos como ese daba cualquier cosa por tener ese canil sólo para mí, pero al estar ella de viaje por España por unos cuantos meses me era imposible tal cosa. Y además, pensé, mi necesidad es ahora.

Tras un par de semanas de intentar sin resultado encontrarle una solución, decidí que lo mejor era dejar de pensar en el asunto y tenerlo como un hermoso recuerdo y nada más, pero había algo dentro de mí que me obligaba a seguir hasta lograr mi cometido.

Mientras Rex dormía yo miraba llover desde la ventana de mi cocina, y al tener mi día libre decidí salir a dar una vuelta aunque sea con mal tiempo.

Al salir a la puerta vi a una vecina de enfrente cruzar la calle con gesto preocupado caminando en dirección a mi casa. La salude y al preguntarle cuál era su preocupación resultó que ella como médica y dada la actual situación con lo de la gripe iba a tener una jornada laboral más larga y probablemente tuviera que hacer horas extra.

Para colmo su marido –también médico- se encontraba en la misma situación y como sus horarios se superponían ninguno de los dos iba a estar en casa en todo el día y no tenían con quien dejar a sus animales, ya que al estar solos los pobres aullaban y en ocasiones hacían destrozos.

Sin saber cómo le dije que yo no tenía nada que hacer ese día y que los podía dejar a mi cuidado con confianza. Habiendo encontrado una solución tan oportuna aceptó sin dudarlo mientras yo tenía el pulso aceleradísimo de la emoción al ver mi sueño casi cumplido.

A los diez minutos me trajo a sus perros, todos de diferente raza: un doberman, un bóxer y un dálmata. Me los dio por la correa y tras cinco minutos de despedidas convinimos en que pasaría de nuevo para retirarlos después de la hora de cenar, lo cual nos dejaba unas cuantas horas juntos.

Entré a casa con los tres perros y enseguida Rex se levantó y vino a recibirnos amistosamente, quedándose con ellos en el comedor mientras yo dejaba la ropa que me sacaba en mi habitación. Estaba mojada como nunca de la emoción y tenía los pezones paradísimos y duros como piedras y pensé en impregnar la bombacha con más flujo del que ya tenía para ir calentando el ambiente. Al terminar de limpiarme se las arrojé donde ellos estaban y enseguida la empezaron a olisquear con entusiasmo mientras yo me mojaba más y más y me metía los dedos en la concha para esparcirme mis propios jugos por las tetas y el culo, sin dejar de vez en cuando de llevármelos a la boca para deleitarme con ellos. Tanto me encanta el sabor de mis jugos que si pudiera me chuparía la concha yo misma, pero al no poder, hurgar en ella y chuparme los dedos embadurnados de rico flujo es la mejor y más deliciosa solución.

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Para terminar de estar lista me apliqué como siempre la cadenita y sus respectivas pezoneras en las carnosas y rosadas protuberancias erectas en mis pechos y poniéndome mi bata blanca sobre el cuerpo desnudo abrí la puerta de mi habitación para dejar entrar a mi amo y mis tres nuevos amantes de ese día. Al volver a cerrar la puerta con ellos cuatro en la habitación me quité la bata y me recosté sobre la cama, a donde ellos se subieron guiados fuertemente por el olor a hembra en celo que yo emanaba, tras lo cual me abrí de piernas para ofrecerles mi sexo húmedo y deseoso de sus lenguas voraces. Inmediatamente sus hocicos invadieron mi solicitada entrepierna y el doberman me empezó a dar largas y suaves lamidas que se hacían constantes e interminables mientras se alimentaba de mi flujo y se divertía jugando a mover mis labios vaginales con su lengua. El dálmata empezó a lamerme animadamente de la misma forma volviéndome loca de placer hasta hacerme abrir mi sexo con los dedos para regalarles su rosado interior mientras Rex y el bóxer me pasaban la lengua por el torso y los pechos, saboreando mi piel cuanto querían.

Con ayuda de mis dedos pude metérmelos en la concha para luego untarme los pezones y así lograr que ellos me dieran el placer de sus lamidas y el dolor de sus mordiscos, mientras los otros dos seguían haciendo estragos en mi regalada concha.

Sus lenguas ardientes entraron en ella y se bebieron todo mi néctar mientras entre los dos me la comieron sin parar hasta hacerme gritar mi primer orgasmo, tan fuerte que mi hicieron gozarlo con todo mi cuerpo.

Tras haber acabado tan ruidosa y placenteramente los deje seguir lamiendo a todos un rato mas, mientras masturbaba suavemente a Rex y al otro perro que mordía mi otro pecho.

Dejé al doberman ocuparse de mi concha y como pude traje al dálmata a mi lado hasta

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quedar parado sobre mí, haciéndolo avanzar hasta que sus patas traseras quedaran a los costados de mi cabeza, y con las manos lo presioné para que bajara la cola y así poder engullir con la boca abierta ese baboso y suculento pito que ostentaba. Empecé a mamarle la verga como si fuera la más dulce golosina y escuchaba como gemía de gusto ante el delicado trabajo de mis labios, que recorrían ese falo canino de principio a fin en un lento ida y vuelta sin pausa al tiempo que mis manos hacían lo mismo para mi amo y otro de sus compañeros.

Era el placer de mi vida y el momento que tanto había esperado y soñado: cuatro perros sobre mi cuerpo dándome placer mientras los excitaba todavía más con mis manos y boca, poniéndolos a punto para lo mejor...


Sus pitos rojos y tremendamente inflamados por la erección mostraban el resultado de haber probado mis jugos de mujer, de las caricias de mis labios y del aroma de mi sexo dispuesto a recibirlos incondicionalmente, tras lo que decidí no demorar más lo inevitable y mansamente me puse en cuatro patas con las piernas separadas y de cara al respaldo de la cama, totalmente entregada a la jauría y lista para ser montada.

El cortejo había empezado. Los cuatro me rondaban nerviosamente olisqueando mis muslos y haciendo amagues de subirse a mi por la espalda o los hombros mientras yo respondía a su juego acariciando a los que pasaban cerca o tocándoles el pito. Sólo un par de minutos pasaron hasta que abrí mis labios vaginales dejando a merced de sus tremendos y duros miembros mi rosado y jugoso sexo, que ya medio abierto mostraba su negro interior y evidenciaba sus ansias de copular con todos y cada uno de ellos.

Sin embargo el que empezó el servicio fue mi amo, que dada su práctica diaria se ubicó detrás de mi agarrándose fuertemente a mi pelvis con sus patas delanteras para montarme y de un buen envión me atravesó con su virilidad, desflorándome y haciéndome suya.

Completamente sometida por mi amo me ajusté las pezoneras para más dolor y cerrando los ojos me entregué al placer que me daba el enérgico entrar y salir de mi y el aliento que su lengua me echaba en la mejilla con cada jadeo, y así poseída empecé a gemir con él y luego a gritar, enloqueciendo al resto de la jauría que ya quería aplacar furiosamente su instinto en mí. Rex me faenaba magistralmente y con el nivel al que me tiene acostumbrada al tiempo que mis gemidos enardecían a la jauría y mi habitación se convertía en un improvisado canil que me tenía a mí como la perra estrella del servicio. Al llegar al clímax Rex me anudó con su gran bola desde dentro y así abotonados eyaculó profusamente en mí, plantando su semilla en mi vientre y colmando mi vagina de su primera carga de esperma de la tarde. Aún estando ya cola con cola no paraba de inseminarme y comparativamente el abotonamiento no duró mucho. Al liberarme, mi amo me sacó el pito de adentro todavía con el nudo y goteando lo último que le quedaba, dejándole el lugar y la hembra caliente al próximo de la fila.

Y ese era precisamente el objeto de mi fantasía y lo que me tenía tan obsesionada: sentirme la perra de una jauría y ser fornicada a repetición por todos los perros del grupo, ser abusada por todos esos perros una y otra vez.

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Sumida en estos pensamientos y con la concha medio llena fue cuando el doberman

desplazo a otro de los perros para ocupar el lugar de mi amo y sin lugar a demoras me montó rápidamente, hincándome su miembro tras varios intentos y sujetándome como a su presa. Era mi primera vez con un doberman y admito que su pito me llegaba bien adentro y mantenía un lindo ritmo al cogerme, además de gruñir y bombear con furia como si copular conmigo fuera su castigo por hacer algo indebido. Me tuvo a su merced un rato durante el cual su vehemencia al penetrarme y sus constantes gruñidos me daban la idea de que se sentía muy agradable faenar a una hembra humana, y terminé de confirmarlo cuando sentí como su bola iba creciendo rápidamente en mi interior.

Su creciente nudo taponando mi vagina más el dolor en mis pezones y ese pito duro y venoso que me cogía sin descanso me hicieron desfallecer de gusto hasta obligarme a gritar toda clase de obscenidades sin ningún pudor.

En cuestión de segundos su bola se hinchó del todo y todo su pito empezó a pulsar violentamente eyaculando calientes chorros de semen que me hicieron explotar de placer en otro orgasmo tan brutal como el primero. Cada gota de semen que entraba en mi me enloquecía de gusto, mezclándose con el de Rex y haciendo llegar mi vagina al límite de su capacidad, y me excitaba sobre manera el sólo pensar que mi vientre ahora contenía otra esencia diferente, y todavía faltaban otros dos...

Al terminar de inseminarme el bombeo también cesó pero él se quedó unos minutos inmóvil sobre mí, dejándome su pito adentro como si quisiera grabarse en la memoria la sensación de mi vagina. Al querer separarse me la quito sin ningún problema ya que su nudo, al no ser tan grande, pudo abrirme la concha con facilidad pero no pudo evitar derramar un poco del precioso líquido que contenía.

Conciente de que estaba realmente llena me llevé los dedos a la entrepierna y recogiendo la lechita que salía de mi sexo me la unté en el ano, sin poder evitar la tentación de meterme los dedos en el culo. Tampoco logré ocultar una amplia sonrisa de gusto al acariciar la creciente redondez que experimentaba mi vientre, ahora fecundado por dos perros distintos.

Luego de repetir como pude esta acción un par de veces dejé que le tocara su turno al siguiente macho del grupo, el dálmata, que parecía especialmente deseoso de poseerme y así tuvo al fin su oportunidad.

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Este perro también estaba bien dotado y con lo excitados que estábamos los dos sabía que me daría una buena cogida, así que apoyando la cabeza en la almohada me aferré fuertemente a la sábana y me di unas palmadas en las nalgas, a la espera de otra certera penetración que no tardo en llegar.

Sus jadeos y sus patas me hicieron saber que se había alzado detrás de mí e inmediatamente lo tuve encima, intentando penetrarme varias veces hasta que al fin su pito encontró mi sexo y de una violenta estocada me lo enterró hasta las entrañas. Apoyando todo su cuerpo sobre mi espalda las cabezas de ambos quedaron mejilla con mejilla y su larga lengua exhalando aliento agitadamente evidenciaba el placer que su tremendo pito le daba dentro de mi vagina, mientras yo lo acompañaba gimiendo como resultado de ese mismo placer. Cada vez que me entraba un poco fuerte y me hacía gemir un poco más alto parecía desesperarse más, hasta que esos enviones se hicieron cada vez mas seguidos y mis exclamaciones pasaron a ser gritos. Oía y sentía chapotear su pito con todo el semen de mis machos anteriores cada vez que entraba en mí, y al notar que por el bombeo ya empezaba a correr por mis piernas me enardecí salvajemente. Me excitaba sobremanera sentir como me dominaba con su falo al tiempo que pronto me inyectaría su esencia, abundando y mezclándose con las que Rex y el otro perro me dejaron primero. Cerré los ojos y empecé a gritar ahogadamente cada envión suyo en mi conchita, aferrada con todas mis fuerzas a las sábanas y mordiendo la almohada para contener toda la vehemencia con la que me estaba sirviendo y los dolorcitos que su creciente nudo me provocaba al estirar mi vagina desde dentro. Entre gemidos y gruñidos su nudo se agrando al máximo haciendo lo mismo con mi cueva de placer a tal punto que creí me reventaría la entrepierna y en ese preciso instante su pito explotó liberando un tibio y abundante chorro se semen que saturó por completo mi ya colmada conchita, que ahora rebalsaba notoriamente con esta tercera eyaculación. Nuevos chorros siguieron al primero en cantidad haciendo gotear repetidas veces a mi sexo su blanco y espeso contenido aún estando perfectamente abotonada a mi tercer amante. Luego de unos segundos terminó de vaciar sus testículos en mi interior y con el placer y la seguridad de haberme preñado se bajo de mi espalda como pudo y nos quedamos unidos y muy quietos durante unos minutos en los que me dejó disfrutar con su pito todavía inflamado dentro de mí.

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A la menor señal de debilidad y en cuanto su nudo pudo agrandar lo suficiente mi sexo como para salirse nos separamos, haciendo que ese enorme tapón vaginal desaparezca y que mi dilatado agujero vomitara un voluminoso chorro de semen que ya no pude contener y que cayó directamente sobre la sábana debajo de mí. No me pude reprimir y como pude retrocedí hasta quedar de cara a la gran mancha de leche que había salido de mí un momento antes y me incliné a pasarle la lengua mientras apartaba de mí a los perros, que se estaban poniendo inquietos otra vez. Al terminar de aprovechar todo aquello hasta la última gota volví gateando resignada pero feliz a mi posición anterior. La concha todavía me goteaba, me temblaban las piernas amenazando con no sostenerme por más tiempo y sentía el corazón a punto de explotar, y sabiendo que no aguantaría otra cogida como esas di por terminada la faena.

Justo cuando intentaba acercarme al borde de la cama todos los perros me rodearon por ambos lados y antes de que me pudiera dar cuenta el tremendo bóxer estaba sobre mí; ya tenía sus patas sobre mis caderas y se me acercaba meneándose tan desesperadamente como me sujetaba por la cintura. Los demás se trataban de subir a mi por los hombros o simplemente se me paraban al lado, haciéndome imposible escapar, hasta que no me quedó otra más que ceder a la fuerza del bóxer y sumisamente me dejé someter, lista para la monta una vez más.

Estaba muy nerviosa y hasta me daba un poco de miedo porque después de tres servicios tan brutales como los anteriores no me sentía en condiciones de recibir a otro macho mas, y menos a uno tan grandote como este último.

El bóxer sin embargo ya tenía su falo en la puerta de entrada a mi feminidad y sin saber o importarle en que estado me encontraba yo me aprisionó fuertemente y entró en mí con una violenta embestida. Su colosal verga me hizo levantar la cabeza y gritar tanto por la furiosa penetración, que hasta me hizo lagrimear.

La copulación no fue para nada distinta; mantuvo su vigor inicial y me bombeo duro y parejo, como si realmente no me cogiera por placer sino para realmente dejarme preñada. Mientras el bóxer gozaba con mi cuerpo yo resistía los fieros embates de su masculinidad hasta que finalmente me deje llevar y el acto mismo de nuestra unión me hizo gozar nuevamente entre gemidos.

El bóxer era toda una fiera y me faenaba con destreza y sin piedad, haciendo de mi concha sólo un enorme e irritado agujero donde inyectarme la leche y tal como hicieran los demás miembros de la pequeña jauría, él también iba a plantar su semilla en mí. Pasaron algunos minutos más de incesante bombear mientras una dura bola iba creciendo rápidamente dentro de mi concha y mi cuarto amante se aceleraba entre gruñidos, lo cual me hizo sonreír una vez más por saberme a escasos segundos de consumar mi cuarta unión consecutiva del día.

Ya no podía más de la excitación, estaba llegando a mi tercer orgasmo y sentía como me estaba recorriendo de pies a cabeza y a ojos cerrados empecé a gritar totalmente fuera de mi y a pedirle por más, por más y más hasta acabar.

Se enloquecía entrando y saliendo de mí como si me hubiera entendido y llegando a un punto en que creí que su pito explotaría en mi concha el ansiado momento al fin llegó. Una abundante oleada de semen invadió mi más profunda intimidad de mujer, bañando todo su interior hasta colmarla y llenarla de fresco esperma canino nuevamente, fecundando mi vientre por cuarta vez. Mientras el abotonamiento se hacía más y más tirante el semen seguía fluyendo dentro de mí, y al tocar nuevamente mi pancita mi fantasía me hizo comprobar con una sonrisa de satisfacción que su redondez era ya bien visible y pronunciada.

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Loca de contenta miré hacia atrás para ver como mi cuarto macho y yo quedábamos perfectamente abotonados cola con cola y mientras los demás daban vueltas alrededor de mi con cierta agitación, él intentaba separarse repetidas veces tirando y haciendo fuerza. Su nudo agarrotado dentro de mí y los continuos forcejeos me estiraban la vagina más y más hasta que finalmente salió de mí ruidosamente. Al separarnos no pude contenerme y de mi vagina cayo una pequeña catarata de semen haciéndome dejar un espeso y pegajoso charco justo debajo de mi concurrida entrepierna.

Mi macho se fue lentamente, y aproveche ese momento para cambiar de posición. Me temblaban las piernas por haber sido sometida cuatro veces seguidas y ya toda floja me desplome sobre la cama, quedando boca abajo con los cuatro perros echados a mi lado... como una hembra entre la jauría. Y pensé...

Me había entregado a cuatro vigorosos machos como su única hembra y tras haber sido perfectamente servida por todos ellos hube de quedar preñada por todos y me sentí tan feliz que no pude evitar dar largos suspiros de regocijo. Tenía la conchita saturada de semen y el vientre fecundado del esperma de todos ellos, y estaba más que feliz.

Al rato me levante a darme una ducha ya que estaba demasiado transpirada y llena de fluido como producto de la tarde de sexo que pasé y no podía presentarme frente a mi vecina en tales condiciones.

Los perros se portaron bastante bien y aunque se pasaron el resto del día reclamándome más no hubo problemas hasta la hora de la cena, momento en que su dueña me toco el timbre para retirarlos, tal como habíamos acordado. Tras conversar un rato me preguntó como había ido todo y yo no ahorré palabras: le dije que eran unos dulces y que literalmente habían gozado de toda mi... atención. Quedamos en que los traería de vuelta en cuanto lo necesitara. Ahora era sólo cuestión de esperar...


A tan sólo un par de semanas de haber concretado mi sueño dorado entregándome a cuatro perros en celo volví a sentir la necesidad de repetirlo y dediqué manos a la obra a pensar en cómo hacerlo. Había vuelto a cruzarme en varias ocasiones con mi vecina y aunque reiteré mi oferta de "cuidarle" a sus perros si de nuevo no tuviera con quien dejarlos parecía que de momento no volvían a darse situaciones como aquella.

Tenía que resolver este problema enseguida y asegurarme de que más adelante no se vuelva a repetir; empezaba a creer que tener varios perros mas en casa era ya algo de primera necesidad. Y ahora que mi amo se mostraba muy amistoso con otros perros y le tomó el gustito a compartirme, lo creía más necesario aún.

Como todas las tardes decidí cambiarme y salir a correr para mantenerme en forma cosa que hacia por salud pero también para despejar la mente por un rato y como siempre, cada vez que pasaba por delante de ese galpón abandonado salía un perro a ladrarme al verme correr, todos los días lo mismo. Esa tarde al verlo salir a ladrarme y seguirme unos metros decidí pararme a ver que hacía. Se me quedó mirando y ladraba moviendo la cola, lo que daba la impresión de que no era peligroso. Me le acerqué y al tenderle la mano se mostró cariñoso, por lo que después de unos minutos me di media vuelta para seguir corriendo, pero al hacerlo me volvió a ladrar como si nada. Lo enfrenté nuevamente y vi que ahora estaba a unos metros de mi, ladrando y moviendo la cola, así que fui caminando con él a ver que le pasaba. Caminando ligero me metí en ese galpón desolado y lleno de hierros retorcidos y cosas viejas, explorándolo hasta la mitad con él, cuando para mi sorpresa aparecieron de entre las cosas otros tres perros más. Al ver que uno de ellos estaba conmigo los demás se acercaron a olfatearme y en segundos sus hocicos se enloquecieron al olerme el culo y la entrepierna a través de la calza. Llevaba una calza larga de la cintura a los tobillos de color gris clarito y rosa que usaba siempre sin bombacha y por demás calzada y bien metida en la entrepierna y la cola, lo que me marcaba perfectamente la redondez de las nalgas y la abundante carnosidad de la vulva.

Me encanta mostrar el culo de esa manera y que los tipos me miren, pero más me gusta apretarme bien la calza en la entrepierna porque soy muy conchuda y adoro sentir las miradas de todos en mi sexo.

A veces hasta trato de excitarme de alguna manera para que se me note bien el botoncito y así provocar más miradas, tanto de ellos como de ellas.

Enseguida sentí una nariz empujarme el culo desde abajo y otra justo presionándome la papita, justo entre los labios, lo que me hizo erectar los pezones y mojarme la instante del impulso lujurioso que me dio. Al sentir mis jugos fluir a través de la calza se pusieron más frenéticos y cerrando los ojos me hicieron apretarme los pechos y jugar con mis pezones, hasta que se me empezaron a subir por las piernas repetidas veces, jadeando y gimiendo. Entonces entendí que ya formaba parte de la jauría, que ahora era la hembra del grupo y que el momento de unirnos había llegado.

Abrí los ojos y comprobé con nervios que me rondaban con la lengua afuera y sus pitos erectos y tan brillantes como colorados preparados para copular, por lo que me senté sobre una pila de maderas y me saqué la remera quedándome en corpiño, luego las zapatillas y finalmente la calza, ya toda empapada como mi entrepierna.

Dejé mi ropa a un costado y mientras ellos movían la cola me dispuse a abrirme de piernas para dejarles el paso libre a mi carnosa, empapada y generosa concha.

Apenas lo hice separé mis labios vaginales para ofrecerles mi rosado y jugoso sexo, y la larga lengua de uno de ellos lo lamió todo a lo largo, lengüetada a lengüetada, a la que pronto se sumaron otras lamiéndome toda la vulva y volviéndome loca de placer.

Gemía sin parar y cada vez que lo hacía ellos parecían lamer más aún, hasta que ciega de lujuria llevé las manos a mi vagina y metiéndome los dedos índice y mayor de cada mano estiré con fuerza hacia los costados y les abrí mi agujero de mujer lo más grande que pude.

El lugar estaba casi en penumbras salvo por un charco de luz que entraba por una rendija en el techo, y que mostraba el lugar donde estaba obscenamente abierta de piernas para cuatro perros que bebían con ganas del manantial que brotaba de mi vagina.

La lengua de uno de ellos se me metió cuán larga era y al lamerme por dentro en unos minutos me hizo llegar a un primer orgasmo fortísimo y muy placentero, pero que aún no bastaba para apagar el fuego que sentía por dentro.

Los perros estaban ya muy inquietos y calientes y yo no daba más de las ganas así que incite a uno de ellos a que se me subiera encima entre las piernas y me poseyera en el acto, pero luego de varios intentos no hubo caso.

Pensé en la tradicional posición y disponiendo una tela vieja en el suelo me puse en cuatro patas sobre ella para dejarme someter entregándome a la jauría.

Ahora que ya estaba lista para ellos me di unas palmadas en las nalgas y tras sentir unas poderosas patas apoderarse de mi cintura uno de los perros me atravesó violentamente la vagina con su pito y fui perfectamente montada, dando comienzo así al primer servicio.

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Se notaba que eran perros de la calle y que tenían mucha práctica al hacerlo, y al entrar en mi lo probaron con creces tomándome por detrás como a una vulgar perra obligándome a ceder a su voluntad y dominándome para la copulación.

Yo por mi parte hice lo que me correspondía como hembra y acepté mi rol con total sumisión y obediencia como todas las perras.

Era un perro de buen tamaño, bien dotado y que me estaba cogiendo intensamente a buen ritmo entre gruñidos y jadeos, disfrutando de mi cuerpo.

Me mantuvo así muy agradablemente varios minutos sin interrupción mientras su enorme bola iba tomando forma dentro de mi vagina, creciendo a cada segundo hasta ocupar casi toda mi cavidad y asegurarme que nada me salvaría de lo inminente.

Yo lo sentía crecer y apretarse contra las paredes de mi sexo al punto de tensarse al máximo al tiempo que cada envión del animal me clavaba su pito más y más adentro hasta llegar y presionar el mismísimo fondo de mi concha.

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Ahora estaba con el corazón latiendo fuera de control, jadeando y gimiendo extasiada de la oleada de placer que me recorría, deseando como nunca que me preñara ahí mismo.

Me aferraba fuertemente a la tela gritando a voz en cuello que me cogiera más hasta hacerme acabar, ya pudiendo sentir su cuerpo tenso y tembloroso sobre el mío mientras su pito me destrozaba la vagina de tanto entrar y salir.

Con un gruñido extraño el nudo llegó a su máximo ya provocándome puntadas y al terminar de endurecerse su pito explotó dentro de mí liberando cortos pero ardientes y chorros de semen espeso, uno tras otro con segundos de diferencia que fueron ansiosamente recibidos por mi vientre sediento de esperma.

Al sentir su esperma bañar mi interior me deshice de placer y sin poder contenerme más grité como una marrana en un orgasmo brutal como pocos sentí en mi vida.

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Aún sin dejar de bombearme la inseminación fue abundante y placentera y aunque sus inyecciones de semen empezaron a decaer hasta parar; seguíamos abotonados pero ahora inmóviles; yo en cuatro patas y él encorvado sobre mi con todo su sexo dentro del mío. Reposamos unidos de esa forma unos minutos viendo como los demás perros daban vueltas alrededor de nosotros esperando su turno conmigo y cuando el nudo aflojó un poco nos separamos (y yo con una sonrisa).

Tras haberme sacado su pito se bajó de mi espalda y se alejó lentamente dando paso a otro perro ansioso de aplacar su instinto en mí mientras yo volvía a mi posición y me preguntaba quién sería el próximo.

Miraba como se me acercaban hasta que uno de los tres se me puso detrás y una vez montada me penetró duramente, haciéndome largar un grito y dejándome con los ojos muy abiertos tras lo que enseguida empezó a faenarme con mucha vehemencia.

Ya sensibilizada por el tremendo servicio anterior, sus continuas entradas me hacían gemirlas a todas y cada una de ellas y los demás perros intentaban subírseme por los hombros al no poder aguantarse las ganas, y al estar moviéndose de aquí para allá me era imposible retenerlos para mamarles la verga.

De todas formas me hubiera resultado muy difícil ya que este macho bombeaba muy potentemente y sus embestidas me hacían arder de placer hasta olvidarme de todo lo demás. Su comportamiento me decía que gozaba plenamente de mi cuerpo y yo estaba más que satisfecha de ser cogida tan despiadadamente, pero lo que más me gustaba era ser la perra del grupo para recibir un macho tras otro y que fecundaran mi vientre con su semen.

El coito seguía intensamente y sus enviones no decaían en absoluto, haciendo que cada minuto que pasaba fuera un poco más de placer para ambos mientras la verga del perro entraba y salía sin problemas de mi cueva, chapoteando en el abundante esperma que esta retenía.

Empezaba a agitarse a y gruñir en señal de que ya me estaba aprisionando por dentro con su nudo y pronto pude comprobar que en efecto así era.

Disfrutaba del servicio como loca al advertir que pasados unos minutos el nudo ya me tenía prisionera y en segundos aceleró el ritmo.

Ahora bombeaba desesperadamente ya a punto de acabar y con una enorme bola en la base del pito ya ocupaba por completo mi sexo, a punto de entrar en clímax.

Con la lengua afuera colgando sobre mi hombro sentía el calor de sus jadeos en la mejilla al tiempo que me daba su estocada final, hincándomela muy profundamente y enseguida me inseminó.

Un largo chorro de leche caliente invadió mi ya viciada feminidad, que sentía el falo del animal dar pequeños empujoncitos, y entonces llegó otro chorro igual, y tras unos segundos el último fueron sólo algunas gotas.

A pesar de no tener más esperma que darme su pito seguía clavado en mí y dando esos empujoncitos, como si aún le quedara más por eyacular.

Se ve que el pobre, al igual que sus compañeros hacía mucho que no servían a una hembra y sus testículos estaban llenos a más no poder, pero por fortuna para ellos yo llegué para aliviarlos. Y dos de ellos ya lo habían hecho muy satisfactoriamente.

Se bajó de mi espalda y quedamos cola con cola, dulcemente abotonados, y mientras estábamos así pensé en aprovechar el momento e intenté ver si lo que le había enseñado a Rex sería también entendido por estos otros perros.

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Sabía que el nudo iba a tardar un poco en decaer, así que probé de darme unas palmadas en el hombro, a ver si alguno entendía lo que quería y me montaba por delante.

Al parecer la prueba dio resultado porque uno de los dos perros que quedaban a nuestro lado se me acercó al trote y poniéndome las patas delanteras en los hombros fue meneando su miembro mientras se me acercaba con claras intenciones. Yo bajé un poco la cabeza para facilitar el encuentro y al acercarlo con la mano mi boca encontró enseguida su rojo y duro pito.

Lo engullí con ansias y al contacto con mi lengua el animal empezó a moverse a medida que yo se la chupaba, todavía abotonada por mi segundo macho.

En unos segundos éste dio un fuerte tirón y me liberó, dejándome libre para quien quisiera. Sin perder tiempo aproveché la calentura de este perro y tras darle un par de mamadas más lo hice bajar para que diera la vuelta y me tomara por detrás.

Rápidamente lo hizo y al tener mis caderas a su disposición y el camino libre a mi vagina dio un salto y enseguida me montó.

El placer que le dio haberme metido el pito en la boca y las caricias de mis labios y lengua le hicieron entrarme sin demoras, tras lo que empezó a bombear fieramente, agarrándome fuerte de la cintura y enterrándome el pito cada vez más adentro.

Cuando ya me tuvo ensartada a su gusto se dedicó a faenarme disfrutando de cada entrada como si fuera la última, fuertes y profundas pero sorprendentemente rápido, que yo también gozaba al tiempo que sentía como el semen que ya contenía se rebalsaba por mis muslos con el movimiento.

El sonoro chapoteo de ese pito entrando y saliendo frenéticamente de mi cueva colmada de esperma me hacía arder como una brasa y mientras el perro me cogía yo sonreía porque pronto me inocularían más semen.

Disfrutó un buen rato de mi cuerpo, metiendo y sacando su pito de mi concha abierta y mojándolo con toda la leche que sus compañeros me habían inyectado primero, y yo me sentía como una reina teniendo conmigo a varios machos con ganas de someterme y emporcarme, a quienes poder ofrecerles mi vientre para su semilla.

El clímax por fin llego y el nudo se fue haciendo sentir lentamente hasta tomar una dimensión bastante grande y dolorosa que terminó por taponar mi vagina momentos antes de la eyaculación.

Y entonces, ya entre gemidos de dolor y deseos de pasión, le grité que me cogiera bien fuerte y me llenara de leche. Sin siquiera dejarme terminar de decir nada sentí su verga temblar hasta reventar en una explosión de semen que poco a poco y en varios chorritos fue entrando en mi cuerpo hasta fecundar nuevamente mi vientre y desbordar mi sexo.

De mi vagina ahora caían cantidades más grandes de leche canina mientras el bombeo seguía y el perro me inseminaba con más esperma aún del que mi conchita de perrita podía retener. En eso estaba yo recibiendo agradecida toda su semilla hasta que lo vi bajarse de mi espalda y al primer tirón sentí otra vez el grueso nudo que me taponaba la concha desde dentro, impidiendo así la perdida de más esperma.

Empecé a tocarme y a darme un poco de placer extra yo misma todavía abotonada con toda la verga adentro y disfrutando de la marcada redondez de mi pancita, producto de las sucesivas eyaculaciones en mi interior.

Aunque no estaba alcanzando un orgasmo todavía estaba loca de placer y no podía creer la manera en que yo misma me apretaba las tetas y la lujuria me hizo desear un par de bocas en ellas. Recurrí a mi vieja táctica y tras recoger un poco de mis propios jugos de hembra me los unté en los pezones hasta dejarlos bien duros; me levanté un poco con mis brazos y luego de sostenerme de unas maderas que tenía delante esperé por dos bocas hambrientas, dejando mis tetas colgar listas para el amamantamiento.

Al parecer el cansancio no fue obstáculo para ellos: enseguida los dos perros que ya me habían servido se me acercaron por ambos lados buscando furiosamente mis senos y entre los dos se las arreglaron para prenderse a mis pezones en segundos.

El nudo de mi amante todavía no cedía pero los otros dos lamieron con ganas hasta hacerme despuntar los pezones y mamaron de ellos con la voracidad de un cachorro pero con la pasión de un adulto.

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Y eso fue lo que me los hizo crecer hasta dejarlos como piedras, y luego de las lamidas las mamadas se mezclaron con mordidas, que sumado a la tremenda verga que tenia anudada dentro y a mi vagina reventando de esperma terminó de enloquecerme y quise tener a los cuatro perros conmigo.

El cuarto y último perro que me pretendía ya me rondaba pero por desgracia los objetos que tenía delante de mi no permitían que se me subiera de frente, por lo que debía esperar a que mi tercer amante se separara de mi, cosa que no tardó mucho en suceder.

En unos segundos más su último intento dio resultado y con cierto trabajo logro abrirme la concha lo suficiente como para sacarme la verga con nudo y todo, derramando semen a raudales y dejando el camino libre para aquel que todavía me esperaba.

Yo estaba rendida del cansancio, pero él ya se me acercaba por detrás con toda su energía y venía al trote con el pito duro y listo.

Conmigo todavía en posición la visión de mi vagina abierta, ultrajada repetidas veces y todavía vomitando semen fue toda una invitación al placer, y viendo que dos de sus compañeros mamaban de mis enrojecidas tetas lo escuché gemir como enloquecido mientras venía por mí.

Yo lo esperaba ansiosa y obediente como buena perrita sometida por la jauría, completamente entregada y lista para el cuarto servicio cuando lo sentí subirse a mi por detrás y aferrarse a mi cintura, al tiempo que podía adivinar sus meneos acercarse a mi cueva de placer.

Bastó sólo un pequeño contacto entre su pito y mi vulvita para que me lo clavara hasta el fondo y sin compasión, metiéndolo bruscamente y empezando un bombeo tan rápido como violento que me hizo gritar. Y escucharme gritar lo puso todavía más frenético, como si hubiera sido una señal de que a esta perra le gustaba que la monten de esa manera, y me sujetó aún más de la cintura para hincármela más y más profundo.

Yo seguía gritando con cada centímetro de verga que me entraba de esa forma; ya me dolía de recibirla así una y otra vez, como encarnándoseme en el fondo de la conchita cada vez que me la metía y al parecer los otros dos perros también se enloquecieron con mis gritos porque las mordidas en los pezones se hicieron cada vez más frecuentes.

Entre gritos y gemidos empecé a sentir el gozo de una cuarta y última cogida brutal al tiempo que las bocas en mis pechos añadían el placer de la succión y un poco de dolor al morder, la combinación perfecta.

Mi cuarto amante ya había apoyado su cuerpo sobre mi espalda y poniendo su cabeza sobre mi hombro se acomodó para montarme mejor, cosa que le daba extremo placer y me lo demostraba al ver como jadeaba con la lengua afuera al bombearme.

Ya mientras lo hacía su nudo se volvía cada vez más grande, dificultándole el meneo y taponando mi vagina hasta que empezó a pegarse a sus paredes interiores.

Empezó a gemir ya entrando en clímax y yo me sonreía porque sabía que el momento final se aproximaba y lo deseaba más que nunca, con su pito apenas meneándose dentro de mi y sus testículos golpeteando mi entrepierna.

Me agarré de la tela sobre la que estábamos con toda la fuerza que pude y con los ojos cerrados sonreí mientras esperaba callada el momento culminante del coito, animándolo secretamente con todas mis fuerzas a que me acabara adentro y me dejara servida por cuarta vez. Mis ruegos se hicieron escuchar y en cuestión de segundos le dio un orgasmo fortísimo que le hizo enterrármela en una estocada final muy profunda que me hizo temblar y enseguida sentí su leche correr dentro de mi.

Con los ojos como platos y dando un largo suspiro mi conchita recibió todo ese torrente de esperma caliente y fresco, chorro tras chorro a medida que los iba eyaculando dentro de mi y se mezclaban con toda la enorme cantidad que sus amigos dejaron en mi vientre, ahora fecundo por toda la jauría.

Luego de unas pocas eyaculaciones más con las últimas gotas y ya con los testículos vacíos se bajó de mi y una vez más quedamos cola con cola, abotonados muy tirantemente pero llenos de gusto y por mi parte, sin apuros por separarnos.

Me encanta disfrutar del abotonamiento acariciándome la pronunciada pancita mientras todavía siento la verga adentro, apretada y pulsando luego del servicio.

Apenas un par de minutos pude estar así porque en un par de intentos el animal se liberó y desgraciadamente nos separamos, tras lo cual un gran chorro de semen cayo de mi vagina a la tela sobre la que estábamos, también bajando por mis muslos.

Habiéndose alejado los otros dos perros y con los pezones enrojecidos y sensibles de tanto mamar y morder, me di vuelta y sin dejar de estar en cuatro patas me incline a lamer todo el semen caído para no desaprovecharlo.

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Mientras lo hacía los cuatro perros me rodearon moviendo la cola muy contentos, y yo seguía lamiendo a riesgo de que alguno me montara de nuevo para otro servicio que no se si resistiría, o que apareciera alguna persona me descubriera teniendo relaciones con los perros, pero de todas formas quería tragarme toda esa leche que mi vagina no pudo contener y así lo hice.

Al terminar me puse de pie y me vestí lo más a prisa que pude, corpiño, remera, calza y zapatillas, y me apresuré a retomar mi camino a casa pero caminando ya que no podía arriesgarme a trotar o correr en ese estado.

Al llegar a casa me desnudé y me pare frente al espejo a ver el resultado de aquellas horas de lujuria y evidenciaba una linda redondez en la pancita. Sonreí al imaginarme preñada por cuatro perros y así me sentía: felizmente embarazada. Mientras lo hacía sentí algo bajar dentro de mí y sabiendo lo que era no me quise perder el espectáculo: puse el sillón frente al espejo, me senté y me abrí de piernas con la vista fija en la concha. Empecé a masturbarme tocándome los pechos y pensando en esos cuatro perros y en un segundo acabé viendo en el espejo como de mi concha brotaba una catarata de semen.

Y esto sería lo que me impulsaría a otra aventura más, a entregarme a una jauría otra vez. Sentada en el sillón y con las manos en el vientre, ya pensaba donde sería próxima...

Autor: Andrea Fernandez






domingo, 13 de diciembre de 2009

DEJE DE MIRARME LAS TETAS, SEÑOR

DEJE DE MIRARME LAS TETAS, SEÑOR

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CHARLES BUKOWSKI

Big Bart era el tío más salvaje del Oeste. Tenía la pistola más veloz del Oeste, y se había follado mayor variedad de mujeres que cualquier otro tío en el Oeste. No era aficionado a bañarse, ni a la mierda de toro, ni a discutir, ni a ser un segundón. También era guía de una caravana de emigrantes, y no había otro hombre de su edad que hubiese matado más indios, o follado más mujeres, o matado más hombres blancos.

Big Bart era un tío grande y él lo sabía y todo el mundo lo sabía. Incluso sus pedos eran excepcionales, más sonoros que la campana de la cena; y estaba además muy bien dotado, un gran mango siempre tieso e infernal. Su deber consistía en llevar las carretas a través de la sabana sanas y salvas, fornicar con las mujeres, matar a unos cuantos hombres, y entonces volver al Este a por otra caravana. Tenía una barba negra, unos sucios orificios en la nariz, y unos radiantes dientes amarillentos.

Acababa de metérsela a la joven esposa de Billy Joe, la estaba sacando los infiernos a martillazos de polla mientras obligaba a Billy Joe a observarlos. Obligaba a la chica a hablarle a su marido mientras lo hacían. Le obligaba a decir:

—¡Ah, Billy Joe, todo este palo, este cuello de pavo me atraviesa desde el coño hasta la garganta, no puedo respirar, me ahoga! ¡Sálvame, Billy Joe! ¡No, Billy Joe, no me salves! ¡Aaah!

Luego de que Big Bart se corriera, hizo que Billy Joe le lavara las partes y entonces salieron todos juntos a disfrutar de una espléndida cena a base de tocino, judías y galletas.

Al día siguiente se encontraron con una carreta solitaria que atravesaba la pradera por sus propios medios. Un chico delgaducho, de unos dieciséis años, con un acné cosa mala, llevaba las riendas. Big Bart se acercó cabalgando.

—¡Eh, chico! —dijo.

El chico no contestó.

—Te estoy hablando, chaval...

—Chúpame el culo —dijo el chico.

—Soy Big Bart.

—Chúpame el culo.

—¿Cómo te llamas, hijo?

—Me llaman «El Niño».

—Mira, Niño, no hay manera de que un hombre atraviese estas praderas con una sola carreta.

—Yo pienso hacerlo.

—Bueno, son tus pelotas, Niño —dijo Big Bart, y se dispuso a dar la vuelta a su caballo, cuando se abrieron las cortinas de la carreta y apareció esa mujercita, con unos pechos increíbles, un culo grande y bonito, y unos ojos como el cielo después de la lluvia. Dirigió su mirada hacia Big Bart, y el cuello de pavo se puso duro y chocó contra el torno de la silla de montar.

—Por tu propio bien, Niño, vente con nosotros.

—Que te den por el culo, viejo —dijo el chico—. No hago caso de avisos de viejos follamadres con los calzoncillos sucios.

—He matado a hombres sólo porque me disgustaba su mirada.

El Niño escupió al suelo. Entonces se incorporó y se rascó los cojones.

—Mira, viejo, me aburres. Ahora desaparece de mi vista o te voy a convertir en una plasta de queso suizo.

—Niño —dijo la chica asomándose por encima de él, saliéndosele una teta y poniendo cachondo al sol—. Niño, creo que este hombre tiene razón. No tenemos posibilidades contra esos cabronazos de indios si vamos solos. No seas gilipollas. Dile a este hombre que nos uniremos a ellos.

—Nos uniremos —dijo el Niño.

—¿Cómo se llama tu chica? —preguntó Big Bart.

—Rocío de Miel —dijo el Niño.

—Y deje de mirarme las tetas, señor —dijo Rocío de Miel— o le voy a sacar la mierda a hostias.

Las cosas fueron bien por un tiempo. Hubo una escaramuza con los indios en Blueball Canyon. 37 indios muertos, uno prisionero. Sin bajas americanas. Big Bart le puso una argolla en la nariz...

Era obvio que Big Bart se ponía cachondo con Rocío de Miel. No podía apartar sus ojos de ella. Ese culo, casi todo por culpa de ese culo. Una vez mirándola se cayó de su caballo y uno de los cocineros indios se puso a reír. Quedó un sólo cocinero indio.

Un día Big Bart mandó al Niño con una partida de caza a matar algunos búfalos. Big Bart esperó hasta que desaparecieron de la vista y entonces se fue hacia la carreta del Niño. Subió por el sillín, apartó la cortina, y entró. Rocío de Miel estaba tumbada en el centro de la carreta masturbándose.

—Cristo, nena —dijo Big Bart—. ¡No lo malgastes!

—Lárgate de aquí —dijo Rocío de Miel sacando el dedo de su chocho y apuntando a Big Bart—. ¡Lárgate de aquí echando leches y déjame hacer mis cosas!

—¡Tu hombre no te cuida lo suficiente, Rocío de Miel!

—Claro que me cuida, gilipollas, sólo que no tengo bastante. Lo único que ocurre es que después del período me pongo cachonda.

—Escucha, nena...

—¡Que te den por el culo!

—Escucha, nena, contempla...

Entonces sacó el gran martillo. Era púrpura, descapullado, infernal, y basculaba de un lado a otro como el péndulo de un gran reloj. Gotas de semen lubricante cayeron al suelo.

Rocío de Miel no pudo apartar sus ojos de tal instrumento. Después de un rato

dijo:

—¡No me vas a meter esa condenada cosa dentro!

—Dilo como si de verdad lo sintieras, Rocío de Miel.

—¡NO VAS A METERME ESA CONDENADA COSA DENTRO!

—¿Pero por qué? ¿Por qué? ¡Mírala!

—¡La estoy mirando!

—¿Pero por qué no la deseas?

—Porque estoy enamorada del Niño.

—¿Amor? —dijo Big Bart riéndose—. ¿Amor? ¡Eso es un cuento para idiotas! ¡Mira esta condenada estaca! ¡Puede matar de amor a cualquier hora!

—Yo amo al Niño, Big Bart.

—Y también está mi lengua —dijo Big Bart—. ¡La mejor lengua del Oeste!

La sacó e hizo ejercicios gimnásticos con ella.

—Yo amo al Niño —dijo Rocío de Miel.

—Bueno, pues jódete —dijo Big Bart y de un salto se echó encima de ella. Era un trabajo de perros meter toda esa cosa, y cuando lo consiguió, Rocío de Miel gritó. Había dado unos siete caderazos entre los muslos de la chica, cuando se vio arrastrado rudamente hacia atrás.

ERA EL NIÑO, DE VUELTA DE LA PARTIDA DE CAZA.

—Te trajimos tus búfalos, hijoputa. Ahora, si te subes los pantalones y sales afuera, arreglaremos el resto...

—Soy la pistola más rápida del Oeste —dijo Big Bart.

—Te haré un agujero tan grande, que el ojo de tu culo parecerá sólo un poro de la piel —dijo el Niño—. Vamos, acabemos de una vez. Estoy hambriento y quiero cenar. Cazar búfalos abre el apetito...

Los hombres se sentaron alrededor del campo de tiro, observando. Había una tensa vibración en el aire. Las mujeres se quedaron en las carretas, rezando, masturbándose y bebiendo ginebra. Big Bart tenía 34 muescas en su pistola, y una fama infernal. El Niño no tenía ninguna muesca en su arma, pero tenía una confianza en sí mismo que Big Bart no había visto nunca en sus otros oponentes. Big Bart parecía el más nervioso de los dos. Se tomó un trago de whisky, bebiéndose la mitad de la botella, y entonces caminó hacia el Niño.

—Mira, Niño...

—¿Sí, hijoputa...?

—Mira, quiero decir, ¿por qué te cabreas?

—¡Te voy a volar las pelotas, viejo!

—¿Pero por qué?

—¡Estabas jodiendo con mi mujer, viejo!

—Escucha, Niño, ¿es que no lo ves? Las mujeres juegan con un hombre detrás de otro. Sólo somos víctimas del mismo juego.

—No quiero escuchar tu mierda, papá. ¡Ahora aléjate y prepárate a desenfundar!

—Niño...

—¡Aléjate y listo para disparar!

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Los hombres en el campo de fuego se levantaron. Una ligera brisa vino del Oeste oliendo a mierda de caballo. Alguien tosió. Las mujeres se agazaparon en las carretas, bebiendo ginebra, rezando y masturbándose. El crepúsculo caía.

Big Bart y el Niño estaban separados 30 pasos.

—Desenfunda tú, mierda seca —dijo el Niño—, desenfunda, viejo de mierda, sucio rijoso.

Despacio, a través de las cortinas de una carreta, apareció una mujer con un rifle. Era Rocío de Miel. Se puso el rifle al hombro y lo apoyó en un barril.

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—Vamos, violador cornudo —dijo el Niño—. ¡DESENFUNDA!




La mano de Big Bart bajó hacia su revolver. Sonó un disparo cortando el crepúsculo. Rocío de Miel bajó su rifle humeante y volvió a meterse en la carreta. El Niño estaba muerto en el suelo, con un agujero en la nuca. Big Bart enfundó su pistola sin usar y caminó hacia la carreta. La luna estaba ya alta.


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lunes, 30 de noviembre de 2009

Charles Bukowski RESEÑA BIOGRÁFICA

Soy la orilla de un vaso que corta, soy sangre
Charles Bukowski cuando le preguntaron su nombre al ir a sacarse el carné de identidad, a los seis años




¡Eh, tú! ¿Tienes una botella de vino por ahí?


Me llamo Charles Bukowski, pero puedes llamarme Hank. Nací en el asiento trasero de un taxi en las afueras del Berlín de los años veinte. No es el mejor sitio para nacer. Tenía una resaca lamentable, o tal vez fuera el síndrome de abstinencia adquirido por cortesía materna, el caso es que para cuando llegamos al hospital ya tenía la cabeza como una maraca brasileña. Aquellas enfermeras eran horrorosas, empecé a darme cuenta de que la suerte no sería un factor con el que contar durante el transcurso de mi vida. Mientras me metían en una especie de pecera ridícula, oía a mis padres comentando la jugada.

- Menuda pinta que tiene. Habrá que ir pensando en el nombre, ¿no?

- A mí no me líes. Pregúntale a su padre, si es que le conoces.

Mi padre nunca tuvo sentido del humor, creo que no pretendía hacer ningún chiste. Más adelante comprendí que probablemente llevara razón.

Mi infancia no fue una infancia al uso, ya sabes, esos críos de la televisión. La cosa no empezó del todo mal; mi madre se dio cuenta de que resultaba mucho más sencillo dormirme si le añadía un chorrito de ron a mi biberón de la cena. Pronto conseguí convencerla para que añadiera aquel chorrito también en el biberón de las comidas. Más adelante descubrí otros usos no menos gratificantes con aquel biberón. La lactancia estaba descartada; aunque mi madre hubiera sido capaz de soltar algo por aquellos pellejos, probablemente habría sido detenida por tráfico de estupefacientes y corrupción de menores. Pensándolo bien, desde este punto de vista, la lactancia tampoco habría estado nada mal, y habríamos ahorrado una barbaridad en ron.

El caso es que a mí me salieron pronto los dientes, y algo había que morder. Dicen que es imposible que un hombre pueda acabar con su vida usando solamente su propia dentadura. A mí me hubieran bastado los dientes de leche. La tercera vez que me ingresaron en Urgencias por heridas de mordedura salí de allí con un bozal de perro y unas correas de seguridad rodeándome la cabeza. Hoy, cualquier loquero pervertido del tres al cuarto me hubiera diagnosticado una fijación oral o algo por el estilo, pero por aquel entonces yo sólo era un puñetero crío chiflado al que había que atar bien corto. De todas formas, la Primera Guerra Mundial acababa de terminar, y las únicas opciones a considerar eran abandonar el país o hundirse en la miseria y sentarse tranquilamente a esperar la muerte fumando cigarrillos. Desafortunadamente, mis padres optaron por la primera opción. Partimos en la bodega de un carguero inmundo rumbo a los Gloriosos Estados Unidos de América una soleada mañana de la primavera de 1923. A mí me llevaban metido en una caja. Por aquel entonces contaba tres años de edad, aún no había pronunciado ni una sola palabra y tenía más cicatrices en el cuerpo que la mayoría de los marineros de aquel barco. Al menos, el bozal se había quedado en tierra firme.


Nos instalamos en los barrios bajos de Los Ángeles, California, dispuestos a vivir el sueño americano en todo su esplendor. Mi padre ocupaba su tiempo buscando trabajo. Lo hacía muy bien, sabía exactamente cómo hacerlo para mantenerse en el paro la mayor parte del tiempo posible. Eso le dejaba tiempo para arrearme con el cinturón a sus anchas. Mi madre protestaba levemente desde detrás de su vaso de ginebra, allá en el sofá. Yo procuraba poner cara de imbécil y sonreir. Eso le sacaba de sus casillas, me arreaba con más fuerza. Yo me quedaba allí tirado, en el suelo, sonriendo, sangrando. Desde que tengo uso de razón, siempre he preferido los tirantes. Probablemente no tenga nada que ver. Probablemente, si mi padre hubiera usado tirantes, uno de los dos habríamos acabado colgando del cuello de las aspas del ventilador. Probablemente hubiera sido él.

Yo adoraba el colegio. El cinturón de mi padre y la viruela habían hecho su trabajo sobre mi cara bastante bien, lo que rápidamente me granjeó el afecto de todos mis compañeros. Era una oportunidad estupenda para conocer gente, ejercitar los puños, visitar hospitales. A mí lo que me gustaban eran los libros, y beber. Por aquel entonces ya le daba fuerte al whisky. Terminé la secundaria con un principio de cirrosis. El hígado es un órgano sorprendente, no importa cuánto lo maltrates, al final termina regenerándose. Hacía ya un par de años que había abandonado el nido. Trabajaba de vez en cuando, conocía gente, me las arreglaba bien. Me matriculé en Periodismo y Literatura en la Universidad de Los Ángeles. Aposté con un tipo a que aguantaría dos semanas antes de que me expulsaran. Aguanté dos años, anestesiado. Entonces me largué. Como he dicho, a mí lo que me gustaban eran los libros, y beber. Pero fundamentalmente beber.


Durante los siguientes años desempeñé los trabajos más variopintos, cada uno de ellos peor que el anterior. El trabajo dignifica al hombre; yo me convertí en el hombre más digno de los gloriosos Estados Unidos de América. Era un tipo afortunado: tenía una maleta. Quería ser Arturo Bandini, pero no quería parecer italiano. No todo se iba en cerveza, yo era un gran inversor, un conocido personaje en los mejores hipódromos del país. En ocasiones había suerte, una inyección de billetes. No recuerdo esos billetes, pero estoy seguro de que estadísticamente habrán tenido que caer alguna vez. Cuánto duraban era lo de menos; yo tampoco pensaba durar mucho. También había chicas, pagando o sin pagar. Pagar resultaba más barato, eso estaba claro. Viajaba en trenes, dormía en pensiones, la mayor parte del tiempo vivía en los bares.

Como era lógico, el dinero no abundaba, así que solicité un puesto en el servicio de Correos. Pasé tres años clasificando sobres en cajas, haciendo rutas diarias de ocho kilómetros a pie por los barrios bajos de Los Ángeles y huyendo de perros asesinos y de amas de casa desequilibradas. Buen momento para dedicarse en serio a la bebida. Me hospitalizaron con una úlcera sangrante en el estómago del tamaño de un puño. Había vomitado más de tres litros de sangre y nadie me quiso acercar ni una miserable cerveza. Me preguntaron a dónde quería que enviasen mis cosas. No me preguntaron si era donante, no había nada que aprovechar ahí dentro. El cura que me enviaron tardó menos de cuarenta segundos en huir despavorido agitando el crucifijo. A las dos semanas salí del hospital y pedí una botella de ginebra en el primer bar que encontré abierto (era el bar del hospital). Después me pasé por el hipódromo, perdí hasta la camisa. No hay nada como sentirse en casa. Decidí empezar a escribir poesía. Batí el récord del mundo con la borrachera continuada más profunda jamás alcanzada por ningún ser humano. Yo mismo ostentaba aquel récord hasta entonces. Cuando me despejé de aquello, estábamos en el 1959 y llevaba dos años casado. Me divorcié inmediatamente. La resaca duró otros dos años. Después de eso, no pude menos que recapacitar sobre las consecuencias de mis actos, al menos durante algunos segundos. Después abrí otra cerveza.

Volví a la Oficina de Correos. Ya sabes, en la vida de todo hombre llega un momento en que debe adoptar un rumbo responsable, sentar la cabeza, buscar un trabajo estable. Yo traté de aplazar ese momento lo más posible, ahí reside la felicidad, ese era el secreto. Bueno, ahora tocaba volver de la felicidad a la Oficina de Correos. La felicidad tenía aspecto de cárcel y de letrina y de hospital. No era un retorno tan traumático.

Durante diez años me pudrí clasificando sobres en cajas, soportando a encargados sarnosos y a compañeros de trabajo demasiado borrachos o drogados como para darse cuenta de qué estaban haciendo con sus vidas absurdas. Yo era uno de ellos. Cobraba un cheque cada semana. Podía mantener a una mujer, así que lo hice. Ellas son buenas olisqueando esas cosas; enseguida saben cuándo un hombre está suficientemente aplastado por la mierda como para no darles demasiados problemas, mantener más o menos llena la nevera y hacerles un hijo, y no necesariamente por ese orden. Bueno, eso fue exactamente lo que me pasó a mí. No escribía ni una palabra; no habría valido la pena, teniendo en cuenta las circunstancias. Únicamente publicaba una columna semanal, "Notes from a dirty old man", en una especie de periódico independiente cuyo origen y medios de subsistencia siguen siendo un misterio para mí. No pude encontrar un título más adecuado. Parecía gustarles mucho, desde luego esos tipos debían estar rematadamente locos. Recibí varias cartas en las que algunos amables lectores me ofrecían atención médica psicológica de forma gratuita. También recibí bastantes amenazas de muerte, y alguna que otra proposición indecente, lo cual me parecía estupendo. De todas formas, estaba tan muerto como cualquiera en aquel trabajo, y la única diferencia era que yo podía notarlo.

Llegó un punto en que aquello no podía durar mucho más, así que no lo hizo. La mujer con la que vivía bebía demasiado; murió en el hospital del condado tras acabar con más de veinte botellas de vino en dos días; es comprensible: era su cumpleaños. Tenía cuarenta y nueve años cuando mandé al carajo la oficina de correos; elegí morir de hambre antes que volverme loco. Me dediqué por entero a la literatura, lo cual no era mucho decir, en mi caso. Un mes más tarde había publicado mi primera novela, "Post Office". Pensé en colocarle una advertencia al principio, de esas que dicen aquello de "...esta novela está basada en hechos reales...", etcétera, pero luego decidí que no haría falta. Ya era un escritor, como Céline, y Miller, y Hemingway. Solo que yo no era Hemingway, y desde luego, no me iba a volar la cabeza con una escopeta. En el peor de los casos, usaría un revólver. A partir de aquel momento, las cosas empezaron a ir menos peor.


Todo lo que necesité para sobrevivir desde entonces y hasta el fin de mis días fue una mesa lo suficientemente grande como para sostener la máquina de escribir, la botella de vino y el vaso, y a partir de ciertas horas de la madrugada, mi cabeza desplomada sobre la barra espaciadora. Es la mejor tecla sobre la que desplomarse: amplia, cómoda, y apenas deja marcas en la cara. Por algún extraño motivo que renuncio a tratar de comprender, siempre tuve la suerte de contar con alguna mujer que me mantuviera lo suficientemente cuerdo y razonablemente bien alimentado como para no sufrir la embolia cerebral que me venía mereciendo desde hacía mucho tiempo. Está bastante claro que Dios debe de ser un cabrón retorcido de bastante consideración, por suerte para mí.

Cayeron unos cuantos libros más; la crítica especializada no fue especialmente halagüeña conmigo. Por mi parte, yo no me hubiera perdonado otra cosa. Las expresiones "Basura irreciclable", "Papel higiénico" y "Pena de muerte" fueron una constante en sus alusiones a mis obras. Seguramente por las mismas razones, jamás me faltaron lectores, lo cual sí que me resultó bastante sorprendente, aunque algo menos una vez puestos a pensar en alternativas como la guía telefónica, Shakespeare o Tom Wolf.

Me volví a casar bastante más adelante, uno nunca acaba de escarmentar del todo. Me compré mi primera casa a los sesenta y cuatro años; mi asesor financiero me convenció de que se trataba de una forma más segura de invertir que las carreras de caballos. No estoy muy seguro de eso, pero me lo podía permitir. Seguía bebiendo como un cosaco, pero el casero ya no me podía largar a media noche por montar la bronca con los vecinos. Dios me había mandado a una mujer para añadir unos cuantos años a mi vida a base de vino de calidad, algo de sentido común y multitud de caldos y guisos diversos. Yo era un viejo indecente; ya no necesitaba nada más.


Me llamo Charles Bukowski, pero puedes llamarme Hank. Fallecí el nueve de marzo de 1994, una leucemia de mierda, ya sabes como son esas cosas. Si quieres saber algo más acerca de mi vida, puedes echar un vistazo a mis libros, aunque no te lo recomiendo demasiado. Recuérdame la próxima vez que te despiertes borracho y sin blanca junto a una prostituta coja colgada de crack. Bueno; no importa lo jodido que estés, siempre se puede caer más bajo. Mientras tanto, y hasta entonces, allí te espero con mi botella. Ya sabes, sé buen chico; al final eso es lo único que importa. ¿O no?



Charles Bukowski nació en Andernach, en Alemania, en 1920. Lo trasladaron a los dos años a Los Angeles, donde ha residido siempre. Su infancia estuvo marcada por constantes enfrentamientos con su padre y desaveniencias con su madre, en un entorno familiar acosado por la violencia, el paro y el enrarecido ambiente patriótico norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial. También estuvo marcada por una terrible infección de acné en la piel, que le dejó marcas en la cara para el resto de su vida, y por su afición al boxeo y a las bibliotecas. Durante muchos años sobrevivió en la jungla urbana, entre empleos episódicos, peleas y borracheras sin destino.Durante muchos años, y tras un breve paso por la universidad, se ganó la vida con trabajos manuales temporales, espaciados por los periodos de vacaciones que se tomaba cuando tenía suerte en las apuestas del hipódromo, afición que reflejó continuamente en su obra. Empezó a escribir cuentos muy joven pero, tras un primer relato publicado por una revista en 1944, abandonó la literatura por un espacio de diez años, en los que sentó los cimientos de su leyenda alcohólica.Empezó a publicar poesías y relatos cortos en revistas underground, hasta que a los 49 años, después de haber trabajado los últimos 20 en el servicio de correos (como repartidor), dejó el trabajo y se dedicó sólo a escribir, su fruto fue Cartero (1970), su primera novela. A ésta seguirían otras cinco, todas protagonizadas por Henry «Hank» Chinaski, alter ego del propio Bukowski. El éxito lo convirtió en escritor de culto y poco a poco su popularidad se extendió más allá del nuevo continente. Las lecturas de poesía y esporádicos viajes (uno de ellos a Europa, visitando su pueblo natal y reencontrándose con familiares lejanos) convirtieron sus últimos años de vida en una constante lucha contra la comodidad y el aburguesamiento, y fruto de ello publicó Peleando a la Contra, un auténtico testamento oficial y la auténtica biografía de Charles Bukowski.

domingo, 29 de noviembre de 2009

PEPITA 29-11-09


DOMINICALES - EL FANTASMA 29-11-09

A PARTIR DE AHORA QUE HE CONSEGUIDO SCANER SCANEARE MIS CARICATURAS DOMINICALES FABORITAS QUE SALEN EN LA PRENSA GRAFICA CADA DOMINGO A SI ME AHORRO TENER UNA MONTAÑA DE PERIODICOS PUDRIENDOSE EN MI CUARTO.





http://colecciondecomicymanga.blogspot.com/

"SANTO" EDICION COMPLETA RECOPILADA



A partir de 1965, se empiezan a publicar recopilaciones en formato digest (pero que no cabían en un bolsillo- 13cm*18 cms-) de 258 páginas con las aventuras de Santo de 1952, tituladas “El Enmascarado de Plata”. Lo curioso de estas ediciones es que a partir del número 100 no figuraba el nombre de José G.Cruz en forma de logo en la portada (como siempre lo había hecho) sino que ahora aparecía en letras planas bajo el título de “Autor”.

Se llegaron a publicar 415 tomos recopilatorios, siendo este formato original en el sentido que no era el mismo cómic reducido de tamaño sino que era desmembrado para abarcar máximo 2 o 3 viñetas por página. Algunas veces completaban un ciclo argumental por libro, pero en otros casos quedaban las historias a continuar en el siguiente número. La mayoría de ocasiones la portada era dibujada, y ya sólo en los últimos tomos presentaban fotos de Rodolfo Guzmán.

En esta oportunidad tengo el agrado de presentarles el Tomo N. 262 de 1966, el cual les subiré en dos partes debido al peso del mismo. La verdad no a sido un trabajo fácil de realizar, ya que como es un Tomo su tamaño no permite que se escaneado sin traer complicaciones técnicas, pero se a logrado el objetivo. Esperamos sea del agrado de todos, tomando en cuenta que estos Tomos son bastante difíciles de encontrar hoy en día.

El link para descargar la => PRIMERA PARTE


y para descargar la => SEGUNDA PARTE



Esperamos sea del agrado de todos este trabajo el cual se realizó con todo cariño para todos los amigos que nos hacen el favor de visitar nuestro Blog, con la esperanza de que nos dejen sus opiniones del trabajo que estamos haciendo para todos ustedes.

Historietas del Santo El enmascarado de Plata




De la primera Historieta de Santo El Enmascarado de Plata, de Ediciones José G. Cruz, existen dos versiones, que son: La original publicada el 3 de Septiembre de 1952, y tenemos el ejemplar impreso también por Ediciones José G. Cruz de Santo, en la cual publican el origen de "El Enmascarado de Plata", tal como lo hicieron en 1952, pero reemplazando al antiguo personaje principal por el nuevo Santo con una "S" en la máscara, (Héctor Pliego). Este ejemplar fue publicado el 8 de Marzo de 1977.

Muchos se quedaron con las ganas (incluyéndome a mí), de saber como continuaba esa primera Historieta de Santo El Enmascarado de Plata, la cual es el génesis de la Leyenda del Enmascarado de Plata.

Pues hoy, gracias a nuestro gran amigo y colaborador Gustavo Tolis, podemos conocer la continuación de esa primera Historieta de Santo El Enmascarado de Plata.

Para referencia de los que les gustan los datos, la cronología sería esta y las puedes descargar pinchando los nombres:

jueves, 26 de noviembre de 2009

EL ARTE DE LA GUERRA 3-3

C A P I T U L O IX
Sobre la distribución de los medios


Las maniobras militares son el resultado de los planes y las estrategias en la manera
más ventajosa para ganar. Determinan la movilidad y efectividad de las tropas.
Si vas a colocar tu ejército en posición de observar al enemigo, atraviesa rápido las
montañas y vigílalos desde un valle.

Considera el efecto de la luz y manténte en la posición más elevada del valle. Cuando
combatas en una montaña, ataca desde arriba hacia abajo y no al revés.
Combate estando cuesta abajo y nunca cuesta arriba.

Evita que el agua divida tus fuerzas,aléjate de las condiciones desfavorables lo antes que te sea posible.


No te enfrentes a losenemigos dentro del agua; es conveniente dejar que pasen la mitad de sus tropas y en esemomento dividirlas y atacarlas.


No te sitúes río abajo. No camines en contra de la corriente, ni en contra del viento.
Si acampas en la ribera de un río, tus ejércitos pueden ser sorprendidos de noche,
empujados a ahogarse o se les puede colocar veneno en la corriente. Tus barcas no deben
ser amarradas corriente abajo, para impedir que el enemigo aproveche la corriente
lanzando sus barcas contra ti.


Si atraviesas pantanos, hazlo rápidamente. Si te encuentras
frente a un ejército en media de un pantano, permanece cerca de sus plantas acuáticas orespaldado por los árboles.


En una llanura, toma posiciones desde las que sea fácil maniobrar, manteniendo las
elevaciones del terreno detrás y a tu derecha, estando las partes más bajas delante y las
más altos detrás.
Generalmente, un ejército prefiere un terreno elevado y evita un terreno bajo, aprecia la
luz y detesta la oscuridad.


Los terrenos elevados son estimulantes, y por lo tanto, la gente se halla a gusto en ellos,
además son convenientes para adquirir la fuerza del ímpetu. Los terrenos bajos son
húmedos, lo cual provoca enfermedades y dificulta el combate.

Cuida de la salud física de tus soldados con los mejores recursos disponibles.
Cuando no existe la enfermedad en un ejército, se dice que éste es invencible.Donde haya montículos y terraplenes, sitúate en su lado soleado, manteniéndolos siempre
a tu derecha y detrás.

Colocarse en la mejor parte del terreno es ventajoso para una fuerza militar.
La ventaja en una operación militar consiste en aprovecharse de todos los factores
beneficiosos del terreno.
Cuando llueve río arriba y la corriente trae consigo la espuma, si quieres cruzarlo, espera
a que escampe.

Siempre que un terreno presente barrancos infranqueables, lugares cerrados, trampas,
riesgos, grietas y prisiones naturales, debes abandonarlo rápidamente y no acercarte a él.
En lo que a mí concierne, siempre me mantengo alejado de estos accidentes del terreno,
de manera que los adversarios estén más cerca que yo de ellos; doy la cara a estos
accidentes, de manera que queden a espaldas del enemigo.
Entonces estás en situación ventajosa, y él tiene condiciones desfavorables.
Cuando un ejército se está desplazando, si atraviesa territorios montañosos con muchas
corrientes de agua y pozos, o pantanos cubiertos de juncos, o bosques vírgenes llenos de
árboles y vegetación, es imprescindible escudriñarlos totalmente y con cuidado, ya que
estos lugares ayudan a las emboscadas y a los espías.


Es esencial bajar del caballo y escudriñar el terreno, por si existen tropas escondidas para
tenderte una emboscada. También podría ser que hubiera espías al acecho observándote y
escuchando tus instrucciones y movimientos.
Cuando el enemigo está cerca, pero permanece en calma, quiere decir que se halla en una
posición fuerte. Cuando está lejos pero intenta provocar hostilidades, quiere que avances.
Si, además, su posición es accesible, eso quiere decir que le es favorable.
Si un adversario no conserva la posición que le es favorable por las condiciones del
terreno y se sitúa en otro lugar conveniente, debe ser porque existe alguna ventaja táctica
para obrar de esta manera.



Si se mueven los árboles, es que el enemigo se está acercando. Si hay obstáculos entre los
matorrales, es que has tomado un mal camino.
La idea de poner muchos obstáculos entre la maleza es hacerte pensar que existen tropas
emboscadas escondidas en medio de ella.


Si los pájaros alzan el vuelo, hay tropas emboscadas en el lugar. Si los animales están
asustados, existen tropas atacantes. Si se elevan columnas de polvo altas y espesas, hay
carros que se están acercando; si son bajas y anchas, se acercan soldados a pie.
Humaredas esparcidas significan que se está cortando leña. Pequeñas polvaredas que van
y vienen indican que hay que levantar el campamento.


Si los emisarios del enemigo pronuncian palabras humildes mientras que éste
incrementa sus preparativos de guerra, esto quiere decir que va a avanzar. Cuando
se pronuncian palabras altisonantes y se avanza ostentosamente, es señal de que el
enemigo se va a retirar.

Si sus emisarios vienen con palabras humildes, envía espías para observar al enemigo y
comprobarás que está aumentando sus preparativos de guerra.
Cuando los carros ligeros salen en primer lugar y se sitúan en los flancos, están
estableciendo un frente de batalla.
Si los emisarios llegan pidiendo la paz sin firmar un tratado, significa que están tramando
algún complot.

Si el enemigo dispone rápidamente a sus carros en filas de combate, es que está
esperando refuerzos.
No se precipitarán para un encuentro ordinario si no entienden que les ayudará, o debe
haber una fuerza que se halla a distancia y que es esperada en un determinado momento
para unir sus tropas y atacarte. Conviene anticipar, prepararse inmediatamente para esta
eventualidad.

Si la mitad de sus tropas avanza y la otra mitad retrocede, es que el enemigo piensa
atraerte a una trampa.

El enemigo está fingiendo en este caso confusión y desorden para incitarte a que avances.
Si los soldados enemigos se apoyan unos en otros, es que están hambrientos.
Si los aguadores beben en primer lugar, es que las tropas están sedientas.
Si el enemigo ve una ventaja pero no la aprovecha, es que está cansado.
Si los pájaros se reúnen en el campo enemigo, es que el lugar está vacío.
Si hay pájaros sobrevolando una ciudad, el ejército ha huido.
Si se producen llamadas nocturnas, es que los soldados enemigos están atemorizados.
Tienen miedo y están inquietos, y por eso se llaman unos a otros.
Si el ejército no tiene disciplina, esto quiere decir que el general no es tomado en serio.
Si los estandartes se mueven, es que está sumido en la confusión.
Las señales se utilizan para unificar el grupo; así pues, si se desplaza de acá para allá sin
orden ni concierto, significa que sus filas están confusas.
Si sus emisarios muestran irritación, significa que están cansados.
Si matan sus caballos para obtener carne, es que los soldados carecen de alimentos;
cuando no tienen marmitas y no vuelven a su campamento, son enemigos completamente
desesperados.
Si se producen murmuraciones, faltas de disciplina y los soldados hablan mucho entre sí,
quiere decir que se ha perdido la lealtad de la tropa.


Las murmuraciones describen la expresión de los verdaderos sentimientos; las faltas de
disciplina indican problemas con los superiores. Cuando el mando ha perdido la lealtad
de las tropas, los soldados se hablan con franqueza entre sí sobre los problemas con sus
superiores.

Si se otorgan numerosas recompensas, es que el enemigo se halla en un callejón sin
salida; cuando se ordenan demasiados castigos, es que el enemigo está desesperado.


Cuando la fuerza de su ímpetu está agotada, otorgan constantes recompensas para tener
contentos a los soldados, para evitar que se rebelen en masa. Cuando los soldados están
tan agotados que no pueden cumplir las órdenes, son castigados una y otra vez para
restablecer la autoridad.
Ser violento al principio y terminar después temiendo a los propios soldados es el colmo
de la ineptitud.

Los emisarios que acuden con actitud conciliatoria indican que el enemigo quiere una
tregua.
Si las tropas enemigas se enfrentan a ti con ardor, pero demoran el momento de entrar en
combate sin abandonar no obstante el terreno, has de observarlos cuidadosamente.
Están preparando un ataque por sorpresa.

En asuntos militares, no es necesariamente más beneficioso ser superior en fuerzas, sólo
evitar actuar con violencia innecesaria; es suficiente con consolidar tu poder, hacer
estimaciones sobre el enemigo y conseguir reunir tropas; eso es todo.
El enemigo que actúa aisladamente, que carece de estrategia y que toma a la ligera a
sus adversarios, inevitablemente acabará siendo derrotado.
Si tu plan no contiene una estrategia de retirada o posterior al ataque, sino que confías
exclusivamente en la fuerza de tus soldados, y tomas a la ligera a tus adversarios sin
valorar su condición, con toda seguridad caerás prisionero.


Si se castiga a los soldados antes de haber conseguido que sean leales al mando, no
obedecerán, y si no obedecen, serán difíciles de emplear.
Tampoco podrán ser empleados si no se lleva a cabo ningún castigo, incluso después de
haber obtenido su lealtad.
Cuando existe un sentimiento subterráneo de aprecio y confianza, y los corazones de los
soldados están ya vinculados al mando, si se relaja la disciplina, los soldados se volverán
arrogantes y será imposible emplearlos.

Por lo tanto, dirígelos mediante el arte civilizado y unifícalos mediante las artes
marciales; esto significa una victoria continua.


Arte civilizado significa humanidad, y artes marciales significan reglamentos. Mándalos
con humanidad y benevolencia, unifícalos de manera estricta y firme. Cuando la
benevolencia y la firmeza son evidentes, es posible estar seguro de la victoria.
Cuando las órdenes se dan de manera clara, sencilla y consecuente a las tropas, éstas
las aceptan. Cuando las órdenes son confusas, contradictorias y cambiantes las
tropas no las aceptan o no las entienden.
Cuando las órdenes son razonables, justas, sencillas, claras y consecuentes, existe
una satisfacción recíproca entre el líder y el grupo.



C A P I T U L O X
Sobre la topología



Algunos terrenos son fáciles, otros difíciles, algunos neutros, otros estrechos,
accidentados o abiertos.
Cuando el terreno sea accesible, sé el primero en establece r tu posición, eligiendo las
alturas soleadas; una posición que sea adecuada para transportar los suministros; así
tendrás ventaja cuando libres la batalla.
Cuando estés en un terreno difícil de salir, estás limitado. En este terreno, si tu enemigo
no está preparado, puedes vencer si sigues adelante, pero si el enemigo está preparado y
sigues adelante, tendrás muchas dificultades para volver de nuevo a él, lo cual jugará en
contra tuya.

Cuando es un terreno desfavorable para ambos bandos, se dice que es un terreno neutro.
En un terreno neutro, incluso si el adversario te ofrece una ventaja, no te aproveches de
ella: retírate, induciendo a salir a la mitad de las tropas enemigas, y entonces cae sobre él
aprovechándote de esta condición favorable.
En un terreno estrecho, si eres el primero en llegar, debes ocuparlo totalmente y esperar
al adversario. Si él llega antes, no lo persigas si bloquea los desfiladeros. Persíguelo sólo
si no los bloquea.


En terreno accidentado, si eres el primero en llegar, debes ocupar sus puntos altos y
soleados y esperar al adversario. Si éste los ha ocupado antes, retírate y no lo persigas.
En un terreno abierto, la fuerza del ímpetu se encuentra igualada, y es difícil provocarle
a combatir de manera desventajosa para él.
Entender estas seis clases de terreno es la responsabilidad principal del general, y es
imprescindible considerarlos.

Éstas son las configuraciones del terreno; los generales que las ignoran salen derrotados.
Así pues, entre las tropas están las que huyen, la que se retraen, las que se derrumban, las
que se rebelan y las que son derrotadas. Ninguna de estas circunstancias constituyen
desastres naturales, sino que son debidas a los errores de los generales.
Las tropas que tienen el mismo ímpetu, pero que atacan en proporción de uno contra diez,
salen derrotadas. Los que tienen tropas fuertes pero cuyos oficiales son débiles, quedan retraídos.


Los que tienen soldados débiles al mando de oficiales fuertes, se verán en apuros. Cuando
los oficiales superiores están enco lerizados y son violentos, y se enfrentan al enemigo por
su cuenta y por despecho, y cuando los generales ignoran sus capacidades, el ejército se
desmoronará.
Como norma general, para poder vencer al enemigo, todo el mando militar debe tener una
sola intención y todas las fuerzas militares deben cooperar.
Cuando los generales son débiles y carecen de autoridad, cuando las órdenes no son
claras, cuando oficiales y soldados no tienen solidez y las formaciones son anárquicas, se
produce revuelta.
Los generales que son derrotados son aquellos que son incapaces de calibrar a los
adversarios, entran en combate con fuerzas superiores en número o mejor equipadas, y no
seleccionan a sus tropas según los niveles de preparación de las mismas.
Si empleas soldados sin seleccionar a los preparados de los no preparados, a los arrojados
y a los timoratos, te estás buscando tu propia derrota.

Estas son las seis maneras de ser derrotado. La comprensión de estas situaciones es la
responsabilidad suprema de los generales y deben ser consideradas.

La primera es no calibrar el número de fuerzas; la segunda, la ausencia de un sistema
claro de recompensas y castigos; la tercera, la insuficiencia de entrenamiento; la cuarta
es la pasión irracional; la quinta es la ineficacia de la ley del orden; y la sexta es el fallo
de no seleccionar a los soldados fuertes y resueltos.




La configuración del terreno puede ser un apoyo para el ejército; para los jefes militares,
el curso de la acción adecuada es calibrar al adversario para asegurar la victoria y calcular
los riesgos y las distancias. Salen vencedores los que libran batallas conociendo estos
elementos; salen derrotados los que luchan ignorándolos.

Por lo tanto, cuando las leyes de la guerra señalan una victoria segura es claramente
apropiado entablar batalla, incluso si el gobierno ha dada órdenes de no atacar. Si
las leyes de la guerra no indican una victoria segura, es adecuado no entrar en
batalla, aunque el gobierno haya dada la orden de atacar. De este modo se avanza sin
pretender la gloria, se ordena la retirada sin evitar la responsabilidad, con el único
propósito de proteger a la población y en beneficio también del gobierno; así se rinde un
servicio valioso a la nación.

Avanzar y retirarse en contra de las órdenes del gobierno no se hace por interés personal,
sino para salvaguardar las vidas de la población y en auténtico beneficio del gobierno.
Servidores de esta talla son muy útiles para un pueblo.
Mira por tus soldados como miras por un recién nacido; así estarán dispuestos a seguirte
hasta los valles más profundos; cuida de tus soldados como cuidas de tus queridos hijos,
y morirán gustosamente contigo.

Pero si eres tan amable con ellos que no los puedes utilizar, si eres tan indulgente que no
les puedes dar órdenes, tan informal que no puedes disciplinarlos, tus soldados serán
como niños mimados y, por lo tanto, inservibles.

Las recompensas no deben utilizarse solas, ni debe confiarse solamente en los castigos.
En caso contrario, las tropas, como niños mimosos, se acostumbran a disfrutar o a quedar
resentidas por todo. Esto es dañino y los vuelve inservibles.
Si sabes que tus soldados son capaces de atacar, pero ignoras si el enemigo es
invulnerable a un ataque, tienes sólo la mitad de posibilidades de ganar. Si sabes que tu
enemigo es vulnerable a un ataque, pero ignoras si tus soldados son capaces de atacar,
sólo tienes la mitad de posibilidades de ganar. Si sabes que el enemigo es vulnerable a un
ataque, y tus soldados pueden llevarlo a cabo, pero ignoras si la condición del terreno es
favorable para la batalla, tienes la mitad de probabilidades de vencer.
Por lo tanto, los que conocen las artes marciales no pierden el tiempo cuando efectúan sus
movimientos, ni se agotan cuando atacan. Debido a esto se dice que cuando te conoces a
ti mismo y conoces a los demás, la victoria no es un peligro; cuando conoces el cielo y la
tierra, la victoria es inagotable.



C A P I T U L O XI
Sobre las nueve clases de terreno


Conforme a las leyes de las operaciones militares, existen nueve clases de terreno. Si
intereses locales luchan entre sí en su propio territorio, a éste se le llama terreno de
dispersión.
Cuando los soldados están apegados a su casa y combaten cerca de su hogar, pueden ser
dispersados con facilidad.
Cuando penetras en un territorio ajeno, pero no lo haces en profundidad, a éste se le llama
territorio ligero.
Esto significa que los soldados pueden regresar fácilmente.
El territorio que puede resultarte ventajoso si lo tomas, y ventajoso al enemigo si es él
quien lo conquista, se llama terreno clave .
Un terreno de lucha inevitable es cualquier enclave defensivo o paso estratégico.
Un territorio igualmente accesible para ti y para los demás se llama terreno de
comunicación.
El territorio que está rodeado por tres territorios rivales y es el primero en proporcionar
libre acceso a él a todo el mundo se llama terreno de intersección.
El terreno de intersección es aquel en el que convergen las principales vías de
comunicación uniéndolas entre sí: sé el primero en ocuparlo, y la gente tendrá que
ponerse de tu lado. Si lo obtienes, te encuentras seguro; si lo pierdes, corres peligro.
Cuando penetras en profundidad en un territorio ajeno, y dejas detrás muchas ciudades y
pueblos, a este terreno se le llama difícil.
Es un terreno del que es difícil regresar.


Cuando atraviesas montañas boscosas, desfiladeros abruptos u otros accidentes difíciles
de atravesar, a esto se le llama terreno desfavorable.
Cuando el acceso es estrecho y la salida es tortuosa, de manera que una pequeña unidad
enemiga puede atacarte, aunque tus tropas sean más numerosas, a éste se le llama terreno
cercado.
Si eres capaz de una gran adaptación, puedes atravesar este territorio.
Si sólo puedes sobrevivir en un territorio luchando con rapidez, y si es fácil morir si no lo
haces, a éste se le llama terreno mortal.
Las tropas que se encuentran en un terreno mortal están en la misma situación que si se
encontraran en una barca que se hunde o en una casa ardiendo.
Así pues, no combatas en un terreno de dispersión, no te detengas en un terreno ligero, no
ataques en un terreno clave (ocupado por el enemigo), no dejes que tus tropas sean
divididas en un terreno de comunicación. En terrenos de intersección, establece
comunicaciones; en terrenos difíciles, entra aprovisionado; en terrenos desfavorables,
continúa marchando; en terrenos cercados, haz planes; en terrenos mortales, lucha.
En un terreno de dispersión, los soldados pueden huir. Un terreno ligero es cuando los
soldados han penetrado en territorio enemigo, pero todavía no tienen las espaldas
cubiertas: por eso, sus mentes no están realmente concentradas y no están listos para la
batalla. No es ventajoso atacar al enemigo en un terreno clave; lo que es ventajoso es
llegar el primero a él. No debe permitirse que quede aislado el terreno de comunicación,
para poder servirse de las rutas de suministros.
En terrenos de intersección, estarás a salvo si estableces alianzas; si las pierdes, te encontrarás en peligro. En terrenos difíciles, entrar aprovisionado significa reunir todo lo necesario para estar allí mucho tiempo. En terrenos desfavorables, ya que no puedes atrincherarte en ello, debes apresurarte a salir. En terrenos cercados, introduce tácticas sorpresivas.

Si las tropas caen en un terreno mortal, todo el mundo luchará de ma nera espontánea. Por
esto se dice: "Sitúa a las tropas en un terreno mortal y sobrevivirán."
Los que eran antes considerados como expertos en el arte de la guerra eran capaces de
hacer que el enemigo perdiera contacto entre su vanguardia y su retaguardia, la confianza
entre las grandes y las pequeñas unidades, el interés recíproco par el bienestar de los
diferentes rangos, el apoyo mutuo entre gobernantes y gobernados, el alistamiento de
soldados y la coherencia de sus ejércitos. Estos expertos entraban en acción cuando les
era ventajoso, y se retenían en caso contrario.

Introducían cambios para confundir al enemigo, atacándolos aquí y allá, aterrorizándolos
y sembrando en ellos la confusión, de tal manera que no les daban tiempo para hacer
planes.


Se podría preguntar cómo enfrentarse a fuerzas enemigas numerosas y bien organizadas
que se dirigen hacia ti. La respuesta es quitarles en primer lugar algo que aprecien, y
después te escucharán.
La rapidez de acción es el factor esencial de la condición de la fuerza militar,
aprovechándose de los errores de los adversarios, desplazándose por caminos que no
esperan y atacando cuando no están en guardia.
Esto significa que para aprovecharse de la falta de preparación, de visión y de cautela de
los adversarios, es necesario actuar con rapidez, y que si dudas, esos errores no te
servirán de nada.
En una invasión, por regla general, cuanto más se adentran los invasores en el territorio
ajeno, más fuertes se hacen, hasta el punto de que el gobierno nativo no puede ya
expulsarlos.


Escoge campos fértiles, y las tropas tendrán suficiente para comer. Cuida de su salud y
evita el cansancio, consolida su energía, aumenta su fuerza. Que los movimientos de tus
tropas y la preparación de tus planes sean insondables.
Consolida la energía más entusiasta de tus tropas, ahorra las fuerzas sobrantes, mantén en
secreto tus formaciones y tus planes, permaneciendo insondable para los enemigos, y
espera a que se produzca un punto vulnerable para avanzar
.


Sitúa a tus tropas en un punto que no tenga salida, de manera que tengan que morir antes
de poder escapar. Porque, ¿ante la posibilidad de la muerte, qué no estarán dispuestas a
hacer? Los guerreros dan entonces lo mejor de sus fuerzas. Cuando se hallan ante un
grave peligro, pierden el miedo. Cuando no hay ningún sitio a donde ir, permanecen
firmes; cuando están totalmente implicados en un terreno, se aferran a él. Si no tienen
otra opción, lucharán hasta el final.

Por esta razón, los soldados están vigilantes sin tener que ser estimulados, se alistan sin
tener que ser llamados a filas, son amistosos sin necesidad de promesas, y se puede
confiar en ellos sin necesidad de órdenes.
Esto significa que cuando los combatientes se encuentran en peligro de muerte, sea cual
sea su rango, todos tienen el mismo objetivo, y, por lo tanto, están alerta sin necesidad de
ser estimulados, tienen buena voluntad de manera espontánea y sin necesidad de recibir
órdenes, y puede confiarse de manera natural en ellos sin promesas ni necesidad de
jerarquía.
Prohibe los augurios para evitar las dudas, y los soldados nunca te abandonarán. Si tus
soldados no tienen riquezas, no es porque las desdeñen. Si no tienen más longevidad, no
es porque no quieran vivir más tiempo. El día en que se da la orden de marcha, los
soldados lloran.

Así pues, una operación militar preparada con pericia debe ser como una serpiente veloz
que contraataca con su cola cuando alguien le ataca por la cabeza, contraataca con la
cabeza cuando alguien le ataca por la cola y contraataca con cabeza y cola, cuando
alguien le ataca por el medio.
Esta imagen representa el método de una línea de batalla que responde velozmente
cuando es atacada. Un manual de ocho formaciones clásicas de batalla dice: "Haz del
frente la retaguardia, haz de la retaguardia el frente, con cuatro cabezas y ocho colas. Haz
que la cabeza esté en todas partes, y cuando el enemigo arremeta por el centro, cabeza y
cola acudirán al rescate."

Puede preguntarse la cuestión de si es posible hacer que una fuerza militar sea como una
serpiente rápida. La respuesta es afirmativa. Incluso las personas que se tienen antipatía,
encontrándose en el mismo barco, se ayudarán entre sí en caso de peligro de zozobrar.
Es la fuerza de la situación la que hace que esto suceda.
Por esto, no basta con depositar la confianza en caballos atados y ruedas fijadas.
Se atan los caballos para formar una línea de combate estable, y se fijan las ruedas para
hacer que los carros no se puedan mover. Pero aun así, esto no es suficientemente seguro
ni se puede confiar en ello. Es necesario permitir que haya variantes a los cambios que se
hacen, poniendo a los soldados en situaciones mortales, de manera que combatan de
forma espontánea y se ayuden unos a otros codo con codo: éste es el camino de la
seguridad y de la obtención de una victoria cierta.

La mejor organización es hacer que se exprese el valor y mantenerlo constante. Tener
éxito tanto con tropas débiles como con tropas aguerridas se basa en la configuración de
las circunstancias.
Si obtienes la ventaja del terreno, puedes vencer a los adversarios, incluso con tropas
ligeras y débiles; ¿cuánto más te sería posible si tienes tropas poderosas y aguerridas? Lo
que hace posible la victoria a ambas clases de tropas es las circunstancias del terreno.
Por lo tanto, los expertos en operaciones militares logran la cooperación de la tropa, de
tal manera que dirigir un grupo es como dirigir a un solo individuo que no tiene más que
una sola opción.

Corresponde al general ser tranquilo, reservado, justo y metódico.
Sus planes son tranquilos y absolutamente secretos para que nadie pueda descubrirlos. Su
mando es justo y metódico, así que nadie se atreve a tomarlo a la ligera.
Puede mantener a sus soldados sin información y en completa ignorancia de sus planes.
Cambia sus acciones y revisa sus planes, de manera que nadie pueda reconocerlos.
Cambia de lugar su emplazamiento y se desplaza por caminos sinuosos, de manera que
nadie pueda anticiparse.
Puedes ganar cuando nadie puede entender en ningún momento cuáles son tus
intenciones.


Dice un Gran Hombre: "El principal engaño que se valora en las operaciones militares no
se dirige sólo a los enemigos, sino que empieza por las propias tropas, para hacer que le
sigan a uno sin saber adónde van." Cuando un general fija una meta a sus tropas, es como
el que sube a un lugar elevado y después retira la escalera. Cuando un general se adentra
muy en el interior del territorio enemigo, está poniendo a prueba todo su potencial.
Ha hecho quemar las naves a sus tropas y destruir sus casas; así las conduce como un
rebaño y todos ignoran hacia dónde se encaminan.
Incumbe a los generales reunir a los ejércitos y ponerlos en situaciones peligrosas.
También han de examinar las adaptaciones a los diferentes terrenos, las ventajas de
concentrarse o dispersarse, y las pautas de los sentimientos y situaciones humanas.
Cuando se habla de ventajas y de desventajas de la concentración y de la dispersión,
quiere decir que las pautas de los comportamientos humanos cambian según los
diferentes tipos de terreno.

En general, la pauta general de los invasores es unirse cuando están en el corazón del
territorio enemigo, pero tienden a dispersarse cuando están en las franjas fronterizas.
Cuando dejas tu territorio y atraviesas la frontera en una operación militar, te hallas en un
terreno aislado.
Cuando es accesible desde todos los puntos, es un terreno de comunicación.
Cuando te adentras en profundidad, estás en un terreno difícil. Cuando penetras poco,
estás en un terreno ligero.
Cuando a tus espaldas se hallen espesuras infranqueables y delante pasajes estrechos,
estás en un terreno cercado.

Cuando no haya ningún sitio a donde ir, se trata de un terreno mortal.
Así pues, en un terreno de dispersión, yo unificaría las mentes de los soldados. En un
terreno ligero, las mantendría en contacto. En un terreno clave, les haría apresurarse para
tomarlo. En un terreno de intersección, prestaría atención a la defensa. En un terreno de
comunicación, establecería sólidas alianzas. En un terreno difícil, aseguraría suministros
continuados. En un terreno desfavorable, urgiría a mis tropas a salir rápidamente de él.
En un terreno cercado, cerraría las entradas. En un terreno mortal, indicaría a mis tropas
que no existe ninguna posibilidad de sobrevivir.

Por esto, la psicología de los soldados consiste en resistir cuando se ven rodeados,
luchar cuando no se puede evitar, y obedecer en casos extremos.
Hasta que los soldados no se ven rodeados, no tienen la determinación de resistir al
enemigo hasta alcanzar la victoria. Cuando están desesperados, presentan una defensa
unificada.
Por ello, los que ignoran los planes enemigos no pueden preparar alianzas.
Los que ignoran las circunstancias del terreno no pueden hacer maniobrar a sus fuerzas.
Los que no utilizan guías locales no pueden aprovecharse del terreno. Los militares de un
gobierno eficaz deben conocer todos estos factores.

Cuando el ejército de un gobierno eficaz ataca a un gran territorio, el pueblo no se puede
unir. Cuando su poder sobrepasa a los adversarios, es imposible hacer alianzas.
Si puedes averiguar los planes de tus adversarios, aprovéchate del terreno y haz
maniobrar al enemigo de manera que se encuentre indefenso; en este caso, ni siquiera un
gran territorio puede reunir suficientes tropas para detenerte.
Por lo tanto, si no luchas por obtener alianzas, ni aumentas el poder de ningún país, pero
extiendes tu influencia personal amenazando a los adversarios, todo ello hace que el país
y las ciudades enemigas sean vulnerables.
Otorga recompensas que no estén reguladas y da órdenes desacostumbradas.
Considera la ventaja de otorgar recompensas que no tengan precedentes, observa cómo el
enemigo hace promesas sin tener en cuenta los códigos establecidos.
Maneja las tropas como si fueran una sola persona. Empléalas en tareas reales, pero no
les hables. Motívalas con recompensas, pero no les comentes los perjuicios posibles.
Emplea a tus soldados sólo en combatir, sin comunicarles tu estrategia. Déjales conocer
los beneficios que les esperan, pero no les hables de los daños potenciales. Si la verdad se
filtra, tu estrategia puede hundirse. Si los soldados empiezan a preocuparse, se volverán
vacilantes y temerosos.

Colócalos en una situación de posible exterminio, y entonces lucharán para vivir. Ponles
en peligro de muerte, y entonces sobrevivirán. Cuando las tropas afrontan peligros, son
capaces de luchar para obtener la victoria.


Así pues, la tarea de una operación militar es fingir acomodarse a las intenciones del
enemigo. Si te concentras totalmente en éste, puedes matar a su general aunque estés a
kilómetros de distancia. A esto se llama cumplir el objetivo con pericia.
Al principio te acomodas a sus intenciones, después matas a sus generales: ésta es la
pericia en el cumplimiento del objetivo.
Así, el día en que se declara la guerra, se cierran las fronteras, se rompen los
salvoconductos y se impide el paso de emisarios.
Los asuntos se deciden rigurosamente desde que se comienza a planificar y establecer la
estrategia desde la casa o cuartel general.
El rigor en los cuarteles generales en la fase de planificación se refiere al mantenimiento
del secreto.

Cuando el enemigo ofrece oportunidades, aprovéchalas inmediatamente.
Entérate primero de lo que pretende, y después anticípate a él. Mantén la disciplina y
adáptate al enemigo, para determinar el resultado de la guerra. Así, al principio eres como
una doncella y el enemigo abre sus puertas; entonces, tú eres como una liebre suelta, y el
enemigo no podrá expulsarte.



C A P I T U L O XII
Sobre el arte de atacar por el fuego

Existen cinc o clases de ataques mediante el fuego: quemar a las personas , quemar los
suministros, quemar el equipo, quemar los almacenes y quemar las armas.
El uso del fuego tiene que tener una base, y exige ciertos medios. Existen momentos
adecuados para encender fuegos, concretamente cuando el tiempo es seco y ventoso.
Normalmente, en ataques mediante el fuego es imprescindible seguir los cambios
producidos por éste. Cuando el fuego está dentro del campamento enemigo, prepárate
rápidamente desde fuera. Si los soldados se mantienen en calma cuando el fuego se ha
declarado, espera y no ataques. Cuando el fuego alcance su punto álgido, síguelo, si
puedes; si no, espera.
En general, el fuego se utiliza para sembrar la confusión en el enemigo y así poder
atacarle.
Cuando el fuego puede ser prendido en campo abierto, no esperes a hacerlo en su interior;
hazlo cuando sea oportuno.
Cuando el fuego sea atizado par el viento, no ataques en dirección contraria a éste.
No es eficaz luchar contra el ímpetu del fuego, porque el enemigo luchará en este caso
hasta la muerte.

Si ha soplado el viento durante el día, a la noche amainará.
Un viento diurno cesará al anochecer; un viento nocturno cesará al amanecer.
Los ejércitos han de saber que existen variantes de las cinco clases de ataq ues mediante el
fuego, y adaptarse a éstas de manera racional.
No basta saber cómo atacar a los demás con el fuego, es necesario saber cómo impedir
que los demás te ataquen a ti.
Así pues, la utilización del fuego para apoyar un ataque significa claridad, y la utilización
del agua para apoyar un ataque significa fuerza. El agua puede incomunicar, pero no
puede arrasar.
El agua puede utilizarse para dividir a un ejército enemigo, de manera que su fuerza se
desuna y la tuya se fortalezca.
Ganar combatiendo o llevar a cabo un asedio victorioso sin recompensar a los que han
hecho méritos trae mala fortuna y se hace merecedor de ser llamado avaro. Por eso se
dice que un gobierno esclarecido lo tiene en cuenta y que un buen mando militar
recompensa el mérito. No moviliza a sus tropas cuando no hay ventajas que obtener, ni
actúa cuando no hay nada que ganar, ni luchan cuando no existe peligro.
Las armas son instrumentos de mal augurio, y la guerra es un asunto peligroso. Es
indispensable impedir una derrota desastrosa, y por lo tanto, no vale la pena movilizar un
ejército por razones insignificantes: Las armas sólo deben utilizarse cuando no existe otro
remedio.

Un gobierno no debe movilizar un ejército por ira, y los jefes militares no deben
provocar la guerra por cólera.

Actúa cuando sea beneficioso; en caso contrario, desiste. La ira puede convertirse en
alegría, y la cólera puede convertirse en placer, pero un pueblo destruido no puede
hacérsele renacer, y la muerte no puede convertirse en vida. En consecuencia, un
gobierno esclarecido presta atención a todo esto, y un buen mando militar lo tiene en
cuenta. Ésta es la manera de mantener a la nación a salvo y de conservar intacto a su
ejército.



C A P I T U L O XIII
Sobre la concordia y la discordia

Una Operación militar significa un gran esfuerzo para el pueblo, y la guerra puede durar
muchos años para obtener una victoria de un día. Así pues, fallar en conocer la situación
de los adversarios por economizar en aprobar gastos para investigar y estudiar a la
oposición es extremadamente inhumano, y no es típico de un buen jefe militar, de un
consejero de gobierno, ni de un gobernante victorioso. Por lo tanto, lo que posibilita a un
gobierno inteligente y a un mando militar sabio vencer a los demás y lograr triunfos
extraordinarios con esa información esencial.

La información previa no puede obtenerse de fantasmas ni espíritus, ni se puede tener
por analogía, ni descubrir mediante cálculos. Debe obtenerse de personas; personas que
conozcan la situación del adversario.
Existen cinco clases de espías: el espía nativo, el espía interno, el doble agente, el espía
liquidable, y el espía flotante. Cuando están activos todos ellos, nadie conoce sus rutas: a
esto se le llama genio organizativo, y se aplica al gobernante.
Los espías nativos se contratan entre los habitantes de una localidad. Los espías internos
se contratan entre los funcionarios enemigos. Los agentes dobles se contratan entre los
espías enemigos. Los espías liquidables transmiten falsos datos a los espías enemigos.
Los espías flotantes vuelven para traer sus informes.+

Entre los funcionarios del régimen enemigo, se hallan aquéllos con los que se puede
establecer contacto y a los que se puede sobornar para averiguar la situación de su país y
descubrir cualquier plan que se trame contra ti, también pueden ser utilizados para crear
desavenencias y desarmonía.

En consecuencia, nadie en las fuerzas armadas es tratado con tanta familiaridad como los
espías, ni a nadie se le otorgan recompensas tan grandes como a ellos, ni hay asunto más
secreto que el espionaje.

Si no se trata bien a los espías, pueden convertirse en renegados y trabajar para el
enemigo.
No se pueden utilizar a los espías sin sagacidad y conocimiento; no puede uno servirse de
espías sin humanidad y justicia, no se puede obtener la verdad de los espías sin sutileza.
Ciertamente, es un asunto muy delicado. Los espías son útiles en todas partes.
Cada asunto requiere un conocimiento previo.
Si algún asunto de espionaje es divulgado antes de que el espía haya informado, éste y el
que lo haya divulgado deben eliminarse.

Siempre que quieras atacar a un ejército, asediar una ciudad o atacar a una persona, has
de conocer previamente la identidad de los generales que la defienden, de sus aliados, sus
visitantes, sus centinelas y de sus criados; así pues, haz que tus espías averigüen todo
sobre ellos.

Siempre que vayas a atacar y a combatir, debes conocer primero los talentos de los
servidores del enemigo, y así puedes enfrentarte a ellos según sus capacidades.
Debes buscar a agentes enemigos que hayan venido a espiarte, sobornarlos e inducirlos a
pasarse a tu lado, para poder utilizarlos como agentes dobles. Con la información
obtenida de esta manera, puedes encontrar espías nativos y espías internos para
contratarlos. Con la información obtenida de éstos, puedes fabricar información falsa
sirviéndote de espías liquidables. Con la información así obtenida, puedes hacer que los
espías flotantes actúen según los planes previstos.

Es esencial para un gobernante conocer las cinco clases de espionaje, y este conocimiento
depende de los agentes dobles; así pues, éstos deben ser bien tratados.
Así, sólo un gobernante brillante o un general sabio que pueda utilizar a los más
inteligentes para el espionaje, puede estar seguro de la victoria. El espionaje es esencial
para las operaciones militares, y los ejércitos dependen de él para llevar a cabo sus
acciones.

No será ventajoso para el ejército actuar sin conocer la situación del enemigo, y
conocer la situación del enemigo no es posible sin el espionaje.
FIN