viernes, 23 de enero de 2009

TODO ES SATANICO PARTE III Dragon Ball

Dragon Ball puede disfrutarse simplemente como un descerebrado manga con imposibles escenas de acción y grandes toques de humor (sobre todo al principio). Sin embargo, no por ello resulta menos lícito aplicar otro sistema de análisis a la hora de acercarnos a la serie y a su principal personaje. Dragon Ball, bajo una apariencia de lúdico entretenimiento, puede ser vista también como un complejo análisis de la sociedad, de las relaciones humanas y, sobre todo, de la sexualidad adolescente.

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El personaje de Goku aparece en la serie como una representación idealizada de la infancia; su curiosidad sexual exenta de la malicia adolescente nos resulta simpática por el contraste total con nuestra calentura mental. A pesar de ser un alienígena, Goku es un adolescente como cualquier otro; su naturaleza de guerrero del espacio viene a confirmarnos que en cuestión de ardores no existen diferencias entre razas, ni siquiera entre especies de distintos planetas.

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Sí, amigos, el punto débil de Goku es, como el de todos nosotros, el rabo. Cuando se lo tocan pierde, también como nosotros, cualquier capacidad de respuesta, se convierte en un pelele en manos de enemigo, incapaz de cualquier tipo de reacción. De esta forma Goku se constituye en un icono, en una poderosa metáfora del período de latencia freudiano. Su sexualidad aún por descubrir viene representada por esas transformaciones en gorila al principio de la serie, y se despierta al contemplar la luna (como Patrice Leconte señalaba, un símbolo bastante claro del pecho materno, que nos alimenta y nos erotiza al mismo tiempo), se despierta y le convierte en un monstruo a los ojos de la sociedad, siendo la transformación en gorila un irrefutable símbolo de sucesos como los de la erección matinal, tan vergonzante a nuestros catorce años (curiosamente la edad de Goku al comienzo de la serie), la aparición del acné, las eyaculaciones nocturna espontáneas, el sudor incontrolado o el cambio de voz, signos inequívocos de la proximidad de una sexualidad adulta, latente hasta ese momento, como la de Goku.


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Tras su primera transformación en gorila gigantesco (aparición de la pubertad de Goku), Yamsha, adoptando el papel de la madre, le corta el rabo a Son Goku, castra y reprime la libre expresión del impulso sexual, totalmente natural a esas edades. Yamsha y los demás representan a la sociedad, el duende tortuga es el poder religioso, Yamsha Ulom y Bulma completan el entorno social; la sexualidad de Goku es reprimida por esa presión social, por un ecosistema familiar que se resiste a admitir que Goku ya no es niño, sino un hombrecito que moja las sábanas y cuya cara se llena de granos pajoteros. Bulma se escandaliza cada vez que Goku, todo ingenuidad, palpa la entrepierna de un desconocido, único modo que él conoce para distinguir ambos sexos. Este rasgo de la personalidad de Goku, que debemos considerar liberal y antisexista, es sin embargo recriminado por Bulma con una dureza a todas luces excesiva.


Bulma, Yamsha y los demás intentan durante los primeros episodios de Dragon Ball boicotear el sano desarrollo sexual de un niño criado por un abuelo de ideas avanzadas. En distintos momentos de la serie, Goku verá cómo a su innata curiosidad los demás responden con reproches desmedidos. Su libre interpretación de la sexualidad chocará una y otra vez contra obstáculos cada vez más insalvables.

Tras su primer encuentro con Chichi, ésta pretende incluso hacerle prometer que se casará con ella, intentando como los demás encorsetar su avanzada manera de entender la sexualidad en los parámetros establecidos por una sociedad burguesa y retrógrada.
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Pero a pesar de todos los intentos inhibicionistas, a Goku volverá a crecerle el rabo, pues es imposible luchar contra el poder de la naturaleza, contra el despertar sexual, Goku follará y hasta tendrá descendencia. Sus eyaculaciones Kame Hame desgarrarán el útero de Chichi (nombre oportuno donde los haya) y sembrarán en él su semilla.

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Bola de Dragón es la crónica de un despertar al mundo de los sentidos, del espinoso camino que conduce de la infancia a la pubertad.


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