miércoles, 30 de diciembre de 2009

Gang Bang canino

Ya venía con la idea dándome vueltas en la cabeza desde hacía más de dos meses, pero a pesar de tener una fiera mascota como Rex y de conocer a gente que también tenía perro se me hacía muy difícil –casi imposible- concretar mi sueño. Cada vez que Rex me poseía mi fantasía me era recurrente y no podía evitar recordar lo vivido en la estancia de mi amiga la primera vez que fui, sin caer presa de un incontenible ardor interior que me consumía de pies a cabeza.

En momentos como ese daba cualquier cosa por tener ese canil sólo para mí, pero al estar ella de viaje por España por unos cuantos meses me era imposible tal cosa. Y además, pensé, mi necesidad es ahora.

Tras un par de semanas de intentar sin resultado encontrarle una solución, decidí que lo mejor era dejar de pensar en el asunto y tenerlo como un hermoso recuerdo y nada más, pero había algo dentro de mí que me obligaba a seguir hasta lograr mi cometido.

Mientras Rex dormía yo miraba llover desde la ventana de mi cocina, y al tener mi día libre decidí salir a dar una vuelta aunque sea con mal tiempo.

Al salir a la puerta vi a una vecina de enfrente cruzar la calle con gesto preocupado caminando en dirección a mi casa. La salude y al preguntarle cuál era su preocupación resultó que ella como médica y dada la actual situación con lo de la gripe iba a tener una jornada laboral más larga y probablemente tuviera que hacer horas extra.

Para colmo su marido –también médico- se encontraba en la misma situación y como sus horarios se superponían ninguno de los dos iba a estar en casa en todo el día y no tenían con quien dejar a sus animales, ya que al estar solos los pobres aullaban y en ocasiones hacían destrozos.

Sin saber cómo le dije que yo no tenía nada que hacer ese día y que los podía dejar a mi cuidado con confianza. Habiendo encontrado una solución tan oportuna aceptó sin dudarlo mientras yo tenía el pulso aceleradísimo de la emoción al ver mi sueño casi cumplido.

A los diez minutos me trajo a sus perros, todos de diferente raza: un doberman, un bóxer y un dálmata. Me los dio por la correa y tras cinco minutos de despedidas convinimos en que pasaría de nuevo para retirarlos después de la hora de cenar, lo cual nos dejaba unas cuantas horas juntos.

Entré a casa con los tres perros y enseguida Rex se levantó y vino a recibirnos amistosamente, quedándose con ellos en el comedor mientras yo dejaba la ropa que me sacaba en mi habitación. Estaba mojada como nunca de la emoción y tenía los pezones paradísimos y duros como piedras y pensé en impregnar la bombacha con más flujo del que ya tenía para ir calentando el ambiente. Al terminar de limpiarme se las arrojé donde ellos estaban y enseguida la empezaron a olisquear con entusiasmo mientras yo me mojaba más y más y me metía los dedos en la concha para esparcirme mis propios jugos por las tetas y el culo, sin dejar de vez en cuando de llevármelos a la boca para deleitarme con ellos. Tanto me encanta el sabor de mis jugos que si pudiera me chuparía la concha yo misma, pero al no poder, hurgar en ella y chuparme los dedos embadurnados de rico flujo es la mejor y más deliciosa solución.

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Para terminar de estar lista me apliqué como siempre la cadenita y sus respectivas pezoneras en las carnosas y rosadas protuberancias erectas en mis pechos y poniéndome mi bata blanca sobre el cuerpo desnudo abrí la puerta de mi habitación para dejar entrar a mi amo y mis tres nuevos amantes de ese día. Al volver a cerrar la puerta con ellos cuatro en la habitación me quité la bata y me recosté sobre la cama, a donde ellos se subieron guiados fuertemente por el olor a hembra en celo que yo emanaba, tras lo cual me abrí de piernas para ofrecerles mi sexo húmedo y deseoso de sus lenguas voraces. Inmediatamente sus hocicos invadieron mi solicitada entrepierna y el doberman me empezó a dar largas y suaves lamidas que se hacían constantes e interminables mientras se alimentaba de mi flujo y se divertía jugando a mover mis labios vaginales con su lengua. El dálmata empezó a lamerme animadamente de la misma forma volviéndome loca de placer hasta hacerme abrir mi sexo con los dedos para regalarles su rosado interior mientras Rex y el bóxer me pasaban la lengua por el torso y los pechos, saboreando mi piel cuanto querían.

Con ayuda de mis dedos pude metérmelos en la concha para luego untarme los pezones y así lograr que ellos me dieran el placer de sus lamidas y el dolor de sus mordiscos, mientras los otros dos seguían haciendo estragos en mi regalada concha.

Sus lenguas ardientes entraron en ella y se bebieron todo mi néctar mientras entre los dos me la comieron sin parar hasta hacerme gritar mi primer orgasmo, tan fuerte que mi hicieron gozarlo con todo mi cuerpo.

Tras haber acabado tan ruidosa y placenteramente los deje seguir lamiendo a todos un rato mas, mientras masturbaba suavemente a Rex y al otro perro que mordía mi otro pecho.

Dejé al doberman ocuparse de mi concha y como pude traje al dálmata a mi lado hasta

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quedar parado sobre mí, haciéndolo avanzar hasta que sus patas traseras quedaran a los costados de mi cabeza, y con las manos lo presioné para que bajara la cola y así poder engullir con la boca abierta ese baboso y suculento pito que ostentaba. Empecé a mamarle la verga como si fuera la más dulce golosina y escuchaba como gemía de gusto ante el delicado trabajo de mis labios, que recorrían ese falo canino de principio a fin en un lento ida y vuelta sin pausa al tiempo que mis manos hacían lo mismo para mi amo y otro de sus compañeros.

Era el placer de mi vida y el momento que tanto había esperado y soñado: cuatro perros sobre mi cuerpo dándome placer mientras los excitaba todavía más con mis manos y boca, poniéndolos a punto para lo mejor...


Sus pitos rojos y tremendamente inflamados por la erección mostraban el resultado de haber probado mis jugos de mujer, de las caricias de mis labios y del aroma de mi sexo dispuesto a recibirlos incondicionalmente, tras lo que decidí no demorar más lo inevitable y mansamente me puse en cuatro patas con las piernas separadas y de cara al respaldo de la cama, totalmente entregada a la jauría y lista para ser montada.

El cortejo había empezado. Los cuatro me rondaban nerviosamente olisqueando mis muslos y haciendo amagues de subirse a mi por la espalda o los hombros mientras yo respondía a su juego acariciando a los que pasaban cerca o tocándoles el pito. Sólo un par de minutos pasaron hasta que abrí mis labios vaginales dejando a merced de sus tremendos y duros miembros mi rosado y jugoso sexo, que ya medio abierto mostraba su negro interior y evidenciaba sus ansias de copular con todos y cada uno de ellos.

Sin embargo el que empezó el servicio fue mi amo, que dada su práctica diaria se ubicó detrás de mi agarrándose fuertemente a mi pelvis con sus patas delanteras para montarme y de un buen envión me atravesó con su virilidad, desflorándome y haciéndome suya.

Completamente sometida por mi amo me ajusté las pezoneras para más dolor y cerrando los ojos me entregué al placer que me daba el enérgico entrar y salir de mi y el aliento que su lengua me echaba en la mejilla con cada jadeo, y así poseída empecé a gemir con él y luego a gritar, enloqueciendo al resto de la jauría que ya quería aplacar furiosamente su instinto en mí. Rex me faenaba magistralmente y con el nivel al que me tiene acostumbrada al tiempo que mis gemidos enardecían a la jauría y mi habitación se convertía en un improvisado canil que me tenía a mí como la perra estrella del servicio. Al llegar al clímax Rex me anudó con su gran bola desde dentro y así abotonados eyaculó profusamente en mí, plantando su semilla en mi vientre y colmando mi vagina de su primera carga de esperma de la tarde. Aún estando ya cola con cola no paraba de inseminarme y comparativamente el abotonamiento no duró mucho. Al liberarme, mi amo me sacó el pito de adentro todavía con el nudo y goteando lo último que le quedaba, dejándole el lugar y la hembra caliente al próximo de la fila.

Y ese era precisamente el objeto de mi fantasía y lo que me tenía tan obsesionada: sentirme la perra de una jauría y ser fornicada a repetición por todos los perros del grupo, ser abusada por todos esos perros una y otra vez.

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Sumida en estos pensamientos y con la concha medio llena fue cuando el doberman

desplazo a otro de los perros para ocupar el lugar de mi amo y sin lugar a demoras me montó rápidamente, hincándome su miembro tras varios intentos y sujetándome como a su presa. Era mi primera vez con un doberman y admito que su pito me llegaba bien adentro y mantenía un lindo ritmo al cogerme, además de gruñir y bombear con furia como si copular conmigo fuera su castigo por hacer algo indebido. Me tuvo a su merced un rato durante el cual su vehemencia al penetrarme y sus constantes gruñidos me daban la idea de que se sentía muy agradable faenar a una hembra humana, y terminé de confirmarlo cuando sentí como su bola iba creciendo rápidamente en mi interior.

Su creciente nudo taponando mi vagina más el dolor en mis pezones y ese pito duro y venoso que me cogía sin descanso me hicieron desfallecer de gusto hasta obligarme a gritar toda clase de obscenidades sin ningún pudor.

En cuestión de segundos su bola se hinchó del todo y todo su pito empezó a pulsar violentamente eyaculando calientes chorros de semen que me hicieron explotar de placer en otro orgasmo tan brutal como el primero. Cada gota de semen que entraba en mi me enloquecía de gusto, mezclándose con el de Rex y haciendo llegar mi vagina al límite de su capacidad, y me excitaba sobre manera el sólo pensar que mi vientre ahora contenía otra esencia diferente, y todavía faltaban otros dos...

Al terminar de inseminarme el bombeo también cesó pero él se quedó unos minutos inmóvil sobre mí, dejándome su pito adentro como si quisiera grabarse en la memoria la sensación de mi vagina. Al querer separarse me la quito sin ningún problema ya que su nudo, al no ser tan grande, pudo abrirme la concha con facilidad pero no pudo evitar derramar un poco del precioso líquido que contenía.

Conciente de que estaba realmente llena me llevé los dedos a la entrepierna y recogiendo la lechita que salía de mi sexo me la unté en el ano, sin poder evitar la tentación de meterme los dedos en el culo. Tampoco logré ocultar una amplia sonrisa de gusto al acariciar la creciente redondez que experimentaba mi vientre, ahora fecundado por dos perros distintos.

Luego de repetir como pude esta acción un par de veces dejé que le tocara su turno al siguiente macho del grupo, el dálmata, que parecía especialmente deseoso de poseerme y así tuvo al fin su oportunidad.

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Este perro también estaba bien dotado y con lo excitados que estábamos los dos sabía que me daría una buena cogida, así que apoyando la cabeza en la almohada me aferré fuertemente a la sábana y me di unas palmadas en las nalgas, a la espera de otra certera penetración que no tardo en llegar.

Sus jadeos y sus patas me hicieron saber que se había alzado detrás de mí e inmediatamente lo tuve encima, intentando penetrarme varias veces hasta que al fin su pito encontró mi sexo y de una violenta estocada me lo enterró hasta las entrañas. Apoyando todo su cuerpo sobre mi espalda las cabezas de ambos quedaron mejilla con mejilla y su larga lengua exhalando aliento agitadamente evidenciaba el placer que su tremendo pito le daba dentro de mi vagina, mientras yo lo acompañaba gimiendo como resultado de ese mismo placer. Cada vez que me entraba un poco fuerte y me hacía gemir un poco más alto parecía desesperarse más, hasta que esos enviones se hicieron cada vez mas seguidos y mis exclamaciones pasaron a ser gritos. Oía y sentía chapotear su pito con todo el semen de mis machos anteriores cada vez que entraba en mí, y al notar que por el bombeo ya empezaba a correr por mis piernas me enardecí salvajemente. Me excitaba sobremanera sentir como me dominaba con su falo al tiempo que pronto me inyectaría su esencia, abundando y mezclándose con las que Rex y el otro perro me dejaron primero. Cerré los ojos y empecé a gritar ahogadamente cada envión suyo en mi conchita, aferrada con todas mis fuerzas a las sábanas y mordiendo la almohada para contener toda la vehemencia con la que me estaba sirviendo y los dolorcitos que su creciente nudo me provocaba al estirar mi vagina desde dentro. Entre gemidos y gruñidos su nudo se agrando al máximo haciendo lo mismo con mi cueva de placer a tal punto que creí me reventaría la entrepierna y en ese preciso instante su pito explotó liberando un tibio y abundante chorro se semen que saturó por completo mi ya colmada conchita, que ahora rebalsaba notoriamente con esta tercera eyaculación. Nuevos chorros siguieron al primero en cantidad haciendo gotear repetidas veces a mi sexo su blanco y espeso contenido aún estando perfectamente abotonada a mi tercer amante. Luego de unos segundos terminó de vaciar sus testículos en mi interior y con el placer y la seguridad de haberme preñado se bajo de mi espalda como pudo y nos quedamos unidos y muy quietos durante unos minutos en los que me dejó disfrutar con su pito todavía inflamado dentro de mí.

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A la menor señal de debilidad y en cuanto su nudo pudo agrandar lo suficiente mi sexo como para salirse nos separamos, haciendo que ese enorme tapón vaginal desaparezca y que mi dilatado agujero vomitara un voluminoso chorro de semen que ya no pude contener y que cayó directamente sobre la sábana debajo de mí. No me pude reprimir y como pude retrocedí hasta quedar de cara a la gran mancha de leche que había salido de mí un momento antes y me incliné a pasarle la lengua mientras apartaba de mí a los perros, que se estaban poniendo inquietos otra vez. Al terminar de aprovechar todo aquello hasta la última gota volví gateando resignada pero feliz a mi posición anterior. La concha todavía me goteaba, me temblaban las piernas amenazando con no sostenerme por más tiempo y sentía el corazón a punto de explotar, y sabiendo que no aguantaría otra cogida como esas di por terminada la faena.

Justo cuando intentaba acercarme al borde de la cama todos los perros me rodearon por ambos lados y antes de que me pudiera dar cuenta el tremendo bóxer estaba sobre mí; ya tenía sus patas sobre mis caderas y se me acercaba meneándose tan desesperadamente como me sujetaba por la cintura. Los demás se trataban de subir a mi por los hombros o simplemente se me paraban al lado, haciéndome imposible escapar, hasta que no me quedó otra más que ceder a la fuerza del bóxer y sumisamente me dejé someter, lista para la monta una vez más.

Estaba muy nerviosa y hasta me daba un poco de miedo porque después de tres servicios tan brutales como los anteriores no me sentía en condiciones de recibir a otro macho mas, y menos a uno tan grandote como este último.

El bóxer sin embargo ya tenía su falo en la puerta de entrada a mi feminidad y sin saber o importarle en que estado me encontraba yo me aprisionó fuertemente y entró en mí con una violenta embestida. Su colosal verga me hizo levantar la cabeza y gritar tanto por la furiosa penetración, que hasta me hizo lagrimear.

La copulación no fue para nada distinta; mantuvo su vigor inicial y me bombeo duro y parejo, como si realmente no me cogiera por placer sino para realmente dejarme preñada. Mientras el bóxer gozaba con mi cuerpo yo resistía los fieros embates de su masculinidad hasta que finalmente me deje llevar y el acto mismo de nuestra unión me hizo gozar nuevamente entre gemidos.

El bóxer era toda una fiera y me faenaba con destreza y sin piedad, haciendo de mi concha sólo un enorme e irritado agujero donde inyectarme la leche y tal como hicieran los demás miembros de la pequeña jauría, él también iba a plantar su semilla en mí. Pasaron algunos minutos más de incesante bombear mientras una dura bola iba creciendo rápidamente dentro de mi concha y mi cuarto amante se aceleraba entre gruñidos, lo cual me hizo sonreír una vez más por saberme a escasos segundos de consumar mi cuarta unión consecutiva del día.

Ya no podía más de la excitación, estaba llegando a mi tercer orgasmo y sentía como me estaba recorriendo de pies a cabeza y a ojos cerrados empecé a gritar totalmente fuera de mi y a pedirle por más, por más y más hasta acabar.

Se enloquecía entrando y saliendo de mí como si me hubiera entendido y llegando a un punto en que creí que su pito explotaría en mi concha el ansiado momento al fin llegó. Una abundante oleada de semen invadió mi más profunda intimidad de mujer, bañando todo su interior hasta colmarla y llenarla de fresco esperma canino nuevamente, fecundando mi vientre por cuarta vez. Mientras el abotonamiento se hacía más y más tirante el semen seguía fluyendo dentro de mí, y al tocar nuevamente mi pancita mi fantasía me hizo comprobar con una sonrisa de satisfacción que su redondez era ya bien visible y pronunciada.

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Loca de contenta miré hacia atrás para ver como mi cuarto macho y yo quedábamos perfectamente abotonados cola con cola y mientras los demás daban vueltas alrededor de mi con cierta agitación, él intentaba separarse repetidas veces tirando y haciendo fuerza. Su nudo agarrotado dentro de mí y los continuos forcejeos me estiraban la vagina más y más hasta que finalmente salió de mí ruidosamente. Al separarnos no pude contenerme y de mi vagina cayo una pequeña catarata de semen haciéndome dejar un espeso y pegajoso charco justo debajo de mi concurrida entrepierna.

Mi macho se fue lentamente, y aproveche ese momento para cambiar de posición. Me temblaban las piernas por haber sido sometida cuatro veces seguidas y ya toda floja me desplome sobre la cama, quedando boca abajo con los cuatro perros echados a mi lado... como una hembra entre la jauría. Y pensé...

Me había entregado a cuatro vigorosos machos como su única hembra y tras haber sido perfectamente servida por todos ellos hube de quedar preñada por todos y me sentí tan feliz que no pude evitar dar largos suspiros de regocijo. Tenía la conchita saturada de semen y el vientre fecundado del esperma de todos ellos, y estaba más que feliz.

Al rato me levante a darme una ducha ya que estaba demasiado transpirada y llena de fluido como producto de la tarde de sexo que pasé y no podía presentarme frente a mi vecina en tales condiciones.

Los perros se portaron bastante bien y aunque se pasaron el resto del día reclamándome más no hubo problemas hasta la hora de la cena, momento en que su dueña me toco el timbre para retirarlos, tal como habíamos acordado. Tras conversar un rato me preguntó como había ido todo y yo no ahorré palabras: le dije que eran unos dulces y que literalmente habían gozado de toda mi... atención. Quedamos en que los traería de vuelta en cuanto lo necesitara. Ahora era sólo cuestión de esperar...


A tan sólo un par de semanas de haber concretado mi sueño dorado entregándome a cuatro perros en celo volví a sentir la necesidad de repetirlo y dediqué manos a la obra a pensar en cómo hacerlo. Había vuelto a cruzarme en varias ocasiones con mi vecina y aunque reiteré mi oferta de "cuidarle" a sus perros si de nuevo no tuviera con quien dejarlos parecía que de momento no volvían a darse situaciones como aquella.

Tenía que resolver este problema enseguida y asegurarme de que más adelante no se vuelva a repetir; empezaba a creer que tener varios perros mas en casa era ya algo de primera necesidad. Y ahora que mi amo se mostraba muy amistoso con otros perros y le tomó el gustito a compartirme, lo creía más necesario aún.

Como todas las tardes decidí cambiarme y salir a correr para mantenerme en forma cosa que hacia por salud pero también para despejar la mente por un rato y como siempre, cada vez que pasaba por delante de ese galpón abandonado salía un perro a ladrarme al verme correr, todos los días lo mismo. Esa tarde al verlo salir a ladrarme y seguirme unos metros decidí pararme a ver que hacía. Se me quedó mirando y ladraba moviendo la cola, lo que daba la impresión de que no era peligroso. Me le acerqué y al tenderle la mano se mostró cariñoso, por lo que después de unos minutos me di media vuelta para seguir corriendo, pero al hacerlo me volvió a ladrar como si nada. Lo enfrenté nuevamente y vi que ahora estaba a unos metros de mi, ladrando y moviendo la cola, así que fui caminando con él a ver que le pasaba. Caminando ligero me metí en ese galpón desolado y lleno de hierros retorcidos y cosas viejas, explorándolo hasta la mitad con él, cuando para mi sorpresa aparecieron de entre las cosas otros tres perros más. Al ver que uno de ellos estaba conmigo los demás se acercaron a olfatearme y en segundos sus hocicos se enloquecieron al olerme el culo y la entrepierna a través de la calza. Llevaba una calza larga de la cintura a los tobillos de color gris clarito y rosa que usaba siempre sin bombacha y por demás calzada y bien metida en la entrepierna y la cola, lo que me marcaba perfectamente la redondez de las nalgas y la abundante carnosidad de la vulva.

Me encanta mostrar el culo de esa manera y que los tipos me miren, pero más me gusta apretarme bien la calza en la entrepierna porque soy muy conchuda y adoro sentir las miradas de todos en mi sexo.

A veces hasta trato de excitarme de alguna manera para que se me note bien el botoncito y así provocar más miradas, tanto de ellos como de ellas.

Enseguida sentí una nariz empujarme el culo desde abajo y otra justo presionándome la papita, justo entre los labios, lo que me hizo erectar los pezones y mojarme la instante del impulso lujurioso que me dio. Al sentir mis jugos fluir a través de la calza se pusieron más frenéticos y cerrando los ojos me hicieron apretarme los pechos y jugar con mis pezones, hasta que se me empezaron a subir por las piernas repetidas veces, jadeando y gimiendo. Entonces entendí que ya formaba parte de la jauría, que ahora era la hembra del grupo y que el momento de unirnos había llegado.

Abrí los ojos y comprobé con nervios que me rondaban con la lengua afuera y sus pitos erectos y tan brillantes como colorados preparados para copular, por lo que me senté sobre una pila de maderas y me saqué la remera quedándome en corpiño, luego las zapatillas y finalmente la calza, ya toda empapada como mi entrepierna.

Dejé mi ropa a un costado y mientras ellos movían la cola me dispuse a abrirme de piernas para dejarles el paso libre a mi carnosa, empapada y generosa concha.

Apenas lo hice separé mis labios vaginales para ofrecerles mi rosado y jugoso sexo, y la larga lengua de uno de ellos lo lamió todo a lo largo, lengüetada a lengüetada, a la que pronto se sumaron otras lamiéndome toda la vulva y volviéndome loca de placer.

Gemía sin parar y cada vez que lo hacía ellos parecían lamer más aún, hasta que ciega de lujuria llevé las manos a mi vagina y metiéndome los dedos índice y mayor de cada mano estiré con fuerza hacia los costados y les abrí mi agujero de mujer lo más grande que pude.

El lugar estaba casi en penumbras salvo por un charco de luz que entraba por una rendija en el techo, y que mostraba el lugar donde estaba obscenamente abierta de piernas para cuatro perros que bebían con ganas del manantial que brotaba de mi vagina.

La lengua de uno de ellos se me metió cuán larga era y al lamerme por dentro en unos minutos me hizo llegar a un primer orgasmo fortísimo y muy placentero, pero que aún no bastaba para apagar el fuego que sentía por dentro.

Los perros estaban ya muy inquietos y calientes y yo no daba más de las ganas así que incite a uno de ellos a que se me subiera encima entre las piernas y me poseyera en el acto, pero luego de varios intentos no hubo caso.

Pensé en la tradicional posición y disponiendo una tela vieja en el suelo me puse en cuatro patas sobre ella para dejarme someter entregándome a la jauría.

Ahora que ya estaba lista para ellos me di unas palmadas en las nalgas y tras sentir unas poderosas patas apoderarse de mi cintura uno de los perros me atravesó violentamente la vagina con su pito y fui perfectamente montada, dando comienzo así al primer servicio.

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Se notaba que eran perros de la calle y que tenían mucha práctica al hacerlo, y al entrar en mi lo probaron con creces tomándome por detrás como a una vulgar perra obligándome a ceder a su voluntad y dominándome para la copulación.

Yo por mi parte hice lo que me correspondía como hembra y acepté mi rol con total sumisión y obediencia como todas las perras.

Era un perro de buen tamaño, bien dotado y que me estaba cogiendo intensamente a buen ritmo entre gruñidos y jadeos, disfrutando de mi cuerpo.

Me mantuvo así muy agradablemente varios minutos sin interrupción mientras su enorme bola iba tomando forma dentro de mi vagina, creciendo a cada segundo hasta ocupar casi toda mi cavidad y asegurarme que nada me salvaría de lo inminente.

Yo lo sentía crecer y apretarse contra las paredes de mi sexo al punto de tensarse al máximo al tiempo que cada envión del animal me clavaba su pito más y más adentro hasta llegar y presionar el mismísimo fondo de mi concha.

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Ahora estaba con el corazón latiendo fuera de control, jadeando y gimiendo extasiada de la oleada de placer que me recorría, deseando como nunca que me preñara ahí mismo.

Me aferraba fuertemente a la tela gritando a voz en cuello que me cogiera más hasta hacerme acabar, ya pudiendo sentir su cuerpo tenso y tembloroso sobre el mío mientras su pito me destrozaba la vagina de tanto entrar y salir.

Con un gruñido extraño el nudo llegó a su máximo ya provocándome puntadas y al terminar de endurecerse su pito explotó dentro de mí liberando cortos pero ardientes y chorros de semen espeso, uno tras otro con segundos de diferencia que fueron ansiosamente recibidos por mi vientre sediento de esperma.

Al sentir su esperma bañar mi interior me deshice de placer y sin poder contenerme más grité como una marrana en un orgasmo brutal como pocos sentí en mi vida.

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Aún sin dejar de bombearme la inseminación fue abundante y placentera y aunque sus inyecciones de semen empezaron a decaer hasta parar; seguíamos abotonados pero ahora inmóviles; yo en cuatro patas y él encorvado sobre mi con todo su sexo dentro del mío. Reposamos unidos de esa forma unos minutos viendo como los demás perros daban vueltas alrededor de nosotros esperando su turno conmigo y cuando el nudo aflojó un poco nos separamos (y yo con una sonrisa).

Tras haberme sacado su pito se bajó de mi espalda y se alejó lentamente dando paso a otro perro ansioso de aplacar su instinto en mí mientras yo volvía a mi posición y me preguntaba quién sería el próximo.

Miraba como se me acercaban hasta que uno de los tres se me puso detrás y una vez montada me penetró duramente, haciéndome largar un grito y dejándome con los ojos muy abiertos tras lo que enseguida empezó a faenarme con mucha vehemencia.

Ya sensibilizada por el tremendo servicio anterior, sus continuas entradas me hacían gemirlas a todas y cada una de ellas y los demás perros intentaban subírseme por los hombros al no poder aguantarse las ganas, y al estar moviéndose de aquí para allá me era imposible retenerlos para mamarles la verga.

De todas formas me hubiera resultado muy difícil ya que este macho bombeaba muy potentemente y sus embestidas me hacían arder de placer hasta olvidarme de todo lo demás. Su comportamiento me decía que gozaba plenamente de mi cuerpo y yo estaba más que satisfecha de ser cogida tan despiadadamente, pero lo que más me gustaba era ser la perra del grupo para recibir un macho tras otro y que fecundaran mi vientre con su semen.

El coito seguía intensamente y sus enviones no decaían en absoluto, haciendo que cada minuto que pasaba fuera un poco más de placer para ambos mientras la verga del perro entraba y salía sin problemas de mi cueva, chapoteando en el abundante esperma que esta retenía.

Empezaba a agitarse a y gruñir en señal de que ya me estaba aprisionando por dentro con su nudo y pronto pude comprobar que en efecto así era.

Disfrutaba del servicio como loca al advertir que pasados unos minutos el nudo ya me tenía prisionera y en segundos aceleró el ritmo.

Ahora bombeaba desesperadamente ya a punto de acabar y con una enorme bola en la base del pito ya ocupaba por completo mi sexo, a punto de entrar en clímax.

Con la lengua afuera colgando sobre mi hombro sentía el calor de sus jadeos en la mejilla al tiempo que me daba su estocada final, hincándomela muy profundamente y enseguida me inseminó.

Un largo chorro de leche caliente invadió mi ya viciada feminidad, que sentía el falo del animal dar pequeños empujoncitos, y entonces llegó otro chorro igual, y tras unos segundos el último fueron sólo algunas gotas.

A pesar de no tener más esperma que darme su pito seguía clavado en mí y dando esos empujoncitos, como si aún le quedara más por eyacular.

Se ve que el pobre, al igual que sus compañeros hacía mucho que no servían a una hembra y sus testículos estaban llenos a más no poder, pero por fortuna para ellos yo llegué para aliviarlos. Y dos de ellos ya lo habían hecho muy satisfactoriamente.

Se bajó de mi espalda y quedamos cola con cola, dulcemente abotonados, y mientras estábamos así pensé en aprovechar el momento e intenté ver si lo que le había enseñado a Rex sería también entendido por estos otros perros.

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Sabía que el nudo iba a tardar un poco en decaer, así que probé de darme unas palmadas en el hombro, a ver si alguno entendía lo que quería y me montaba por delante.

Al parecer la prueba dio resultado porque uno de los dos perros que quedaban a nuestro lado se me acercó al trote y poniéndome las patas delanteras en los hombros fue meneando su miembro mientras se me acercaba con claras intenciones. Yo bajé un poco la cabeza para facilitar el encuentro y al acercarlo con la mano mi boca encontró enseguida su rojo y duro pito.

Lo engullí con ansias y al contacto con mi lengua el animal empezó a moverse a medida que yo se la chupaba, todavía abotonada por mi segundo macho.

En unos segundos éste dio un fuerte tirón y me liberó, dejándome libre para quien quisiera. Sin perder tiempo aproveché la calentura de este perro y tras darle un par de mamadas más lo hice bajar para que diera la vuelta y me tomara por detrás.

Rápidamente lo hizo y al tener mis caderas a su disposición y el camino libre a mi vagina dio un salto y enseguida me montó.

El placer que le dio haberme metido el pito en la boca y las caricias de mis labios y lengua le hicieron entrarme sin demoras, tras lo que empezó a bombear fieramente, agarrándome fuerte de la cintura y enterrándome el pito cada vez más adentro.

Cuando ya me tuvo ensartada a su gusto se dedicó a faenarme disfrutando de cada entrada como si fuera la última, fuertes y profundas pero sorprendentemente rápido, que yo también gozaba al tiempo que sentía como el semen que ya contenía se rebalsaba por mis muslos con el movimiento.

El sonoro chapoteo de ese pito entrando y saliendo frenéticamente de mi cueva colmada de esperma me hacía arder como una brasa y mientras el perro me cogía yo sonreía porque pronto me inocularían más semen.

Disfrutó un buen rato de mi cuerpo, metiendo y sacando su pito de mi concha abierta y mojándolo con toda la leche que sus compañeros me habían inyectado primero, y yo me sentía como una reina teniendo conmigo a varios machos con ganas de someterme y emporcarme, a quienes poder ofrecerles mi vientre para su semilla.

El clímax por fin llego y el nudo se fue haciendo sentir lentamente hasta tomar una dimensión bastante grande y dolorosa que terminó por taponar mi vagina momentos antes de la eyaculación.

Y entonces, ya entre gemidos de dolor y deseos de pasión, le grité que me cogiera bien fuerte y me llenara de leche. Sin siquiera dejarme terminar de decir nada sentí su verga temblar hasta reventar en una explosión de semen que poco a poco y en varios chorritos fue entrando en mi cuerpo hasta fecundar nuevamente mi vientre y desbordar mi sexo.

De mi vagina ahora caían cantidades más grandes de leche canina mientras el bombeo seguía y el perro me inseminaba con más esperma aún del que mi conchita de perrita podía retener. En eso estaba yo recibiendo agradecida toda su semilla hasta que lo vi bajarse de mi espalda y al primer tirón sentí otra vez el grueso nudo que me taponaba la concha desde dentro, impidiendo así la perdida de más esperma.

Empecé a tocarme y a darme un poco de placer extra yo misma todavía abotonada con toda la verga adentro y disfrutando de la marcada redondez de mi pancita, producto de las sucesivas eyaculaciones en mi interior.

Aunque no estaba alcanzando un orgasmo todavía estaba loca de placer y no podía creer la manera en que yo misma me apretaba las tetas y la lujuria me hizo desear un par de bocas en ellas. Recurrí a mi vieja táctica y tras recoger un poco de mis propios jugos de hembra me los unté en los pezones hasta dejarlos bien duros; me levanté un poco con mis brazos y luego de sostenerme de unas maderas que tenía delante esperé por dos bocas hambrientas, dejando mis tetas colgar listas para el amamantamiento.

Al parecer el cansancio no fue obstáculo para ellos: enseguida los dos perros que ya me habían servido se me acercaron por ambos lados buscando furiosamente mis senos y entre los dos se las arreglaron para prenderse a mis pezones en segundos.

El nudo de mi amante todavía no cedía pero los otros dos lamieron con ganas hasta hacerme despuntar los pezones y mamaron de ellos con la voracidad de un cachorro pero con la pasión de un adulto.

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Y eso fue lo que me los hizo crecer hasta dejarlos como piedras, y luego de las lamidas las mamadas se mezclaron con mordidas, que sumado a la tremenda verga que tenia anudada dentro y a mi vagina reventando de esperma terminó de enloquecerme y quise tener a los cuatro perros conmigo.

El cuarto y último perro que me pretendía ya me rondaba pero por desgracia los objetos que tenía delante de mi no permitían que se me subiera de frente, por lo que debía esperar a que mi tercer amante se separara de mi, cosa que no tardó mucho en suceder.

En unos segundos más su último intento dio resultado y con cierto trabajo logro abrirme la concha lo suficiente como para sacarme la verga con nudo y todo, derramando semen a raudales y dejando el camino libre para aquel que todavía me esperaba.

Yo estaba rendida del cansancio, pero él ya se me acercaba por detrás con toda su energía y venía al trote con el pito duro y listo.

Conmigo todavía en posición la visión de mi vagina abierta, ultrajada repetidas veces y todavía vomitando semen fue toda una invitación al placer, y viendo que dos de sus compañeros mamaban de mis enrojecidas tetas lo escuché gemir como enloquecido mientras venía por mí.

Yo lo esperaba ansiosa y obediente como buena perrita sometida por la jauría, completamente entregada y lista para el cuarto servicio cuando lo sentí subirse a mi por detrás y aferrarse a mi cintura, al tiempo que podía adivinar sus meneos acercarse a mi cueva de placer.

Bastó sólo un pequeño contacto entre su pito y mi vulvita para que me lo clavara hasta el fondo y sin compasión, metiéndolo bruscamente y empezando un bombeo tan rápido como violento que me hizo gritar. Y escucharme gritar lo puso todavía más frenético, como si hubiera sido una señal de que a esta perra le gustaba que la monten de esa manera, y me sujetó aún más de la cintura para hincármela más y más profundo.

Yo seguía gritando con cada centímetro de verga que me entraba de esa forma; ya me dolía de recibirla así una y otra vez, como encarnándoseme en el fondo de la conchita cada vez que me la metía y al parecer los otros dos perros también se enloquecieron con mis gritos porque las mordidas en los pezones se hicieron cada vez más frecuentes.

Entre gritos y gemidos empecé a sentir el gozo de una cuarta y última cogida brutal al tiempo que las bocas en mis pechos añadían el placer de la succión y un poco de dolor al morder, la combinación perfecta.

Mi cuarto amante ya había apoyado su cuerpo sobre mi espalda y poniendo su cabeza sobre mi hombro se acomodó para montarme mejor, cosa que le daba extremo placer y me lo demostraba al ver como jadeaba con la lengua afuera al bombearme.

Ya mientras lo hacía su nudo se volvía cada vez más grande, dificultándole el meneo y taponando mi vagina hasta que empezó a pegarse a sus paredes interiores.

Empezó a gemir ya entrando en clímax y yo me sonreía porque sabía que el momento final se aproximaba y lo deseaba más que nunca, con su pito apenas meneándose dentro de mi y sus testículos golpeteando mi entrepierna.

Me agarré de la tela sobre la que estábamos con toda la fuerza que pude y con los ojos cerrados sonreí mientras esperaba callada el momento culminante del coito, animándolo secretamente con todas mis fuerzas a que me acabara adentro y me dejara servida por cuarta vez. Mis ruegos se hicieron escuchar y en cuestión de segundos le dio un orgasmo fortísimo que le hizo enterrármela en una estocada final muy profunda que me hizo temblar y enseguida sentí su leche correr dentro de mi.

Con los ojos como platos y dando un largo suspiro mi conchita recibió todo ese torrente de esperma caliente y fresco, chorro tras chorro a medida que los iba eyaculando dentro de mi y se mezclaban con toda la enorme cantidad que sus amigos dejaron en mi vientre, ahora fecundo por toda la jauría.

Luego de unas pocas eyaculaciones más con las últimas gotas y ya con los testículos vacíos se bajó de mi y una vez más quedamos cola con cola, abotonados muy tirantemente pero llenos de gusto y por mi parte, sin apuros por separarnos.

Me encanta disfrutar del abotonamiento acariciándome la pronunciada pancita mientras todavía siento la verga adentro, apretada y pulsando luego del servicio.

Apenas un par de minutos pude estar así porque en un par de intentos el animal se liberó y desgraciadamente nos separamos, tras lo cual un gran chorro de semen cayo de mi vagina a la tela sobre la que estábamos, también bajando por mis muslos.

Habiéndose alejado los otros dos perros y con los pezones enrojecidos y sensibles de tanto mamar y morder, me di vuelta y sin dejar de estar en cuatro patas me incline a lamer todo el semen caído para no desaprovecharlo.

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Mientras lo hacía los cuatro perros me rodearon moviendo la cola muy contentos, y yo seguía lamiendo a riesgo de que alguno me montara de nuevo para otro servicio que no se si resistiría, o que apareciera alguna persona me descubriera teniendo relaciones con los perros, pero de todas formas quería tragarme toda esa leche que mi vagina no pudo contener y así lo hice.

Al terminar me puse de pie y me vestí lo más a prisa que pude, corpiño, remera, calza y zapatillas, y me apresuré a retomar mi camino a casa pero caminando ya que no podía arriesgarme a trotar o correr en ese estado.

Al llegar a casa me desnudé y me pare frente al espejo a ver el resultado de aquellas horas de lujuria y evidenciaba una linda redondez en la pancita. Sonreí al imaginarme preñada por cuatro perros y así me sentía: felizmente embarazada. Mientras lo hacía sentí algo bajar dentro de mí y sabiendo lo que era no me quise perder el espectáculo: puse el sillón frente al espejo, me senté y me abrí de piernas con la vista fija en la concha. Empecé a masturbarme tocándome los pechos y pensando en esos cuatro perros y en un segundo acabé viendo en el espejo como de mi concha brotaba una catarata de semen.

Y esto sería lo que me impulsaría a otra aventura más, a entregarme a una jauría otra vez. Sentada en el sillón y con las manos en el vientre, ya pensaba donde sería próxima...

Autor: Andrea Fernandez






domingo, 13 de diciembre de 2009

DEJE DE MIRARME LAS TETAS, SEÑOR

DEJE DE MIRARME LAS TETAS, SEÑOR

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CHARLES BUKOWSKI

Big Bart era el tío más salvaje del Oeste. Tenía la pistola más veloz del Oeste, y se había follado mayor variedad de mujeres que cualquier otro tío en el Oeste. No era aficionado a bañarse, ni a la mierda de toro, ni a discutir, ni a ser un segundón. También era guía de una caravana de emigrantes, y no había otro hombre de su edad que hubiese matado más indios, o follado más mujeres, o matado más hombres blancos.

Big Bart era un tío grande y él lo sabía y todo el mundo lo sabía. Incluso sus pedos eran excepcionales, más sonoros que la campana de la cena; y estaba además muy bien dotado, un gran mango siempre tieso e infernal. Su deber consistía en llevar las carretas a través de la sabana sanas y salvas, fornicar con las mujeres, matar a unos cuantos hombres, y entonces volver al Este a por otra caravana. Tenía una barba negra, unos sucios orificios en la nariz, y unos radiantes dientes amarillentos.

Acababa de metérsela a la joven esposa de Billy Joe, la estaba sacando los infiernos a martillazos de polla mientras obligaba a Billy Joe a observarlos. Obligaba a la chica a hablarle a su marido mientras lo hacían. Le obligaba a decir:

—¡Ah, Billy Joe, todo este palo, este cuello de pavo me atraviesa desde el coño hasta la garganta, no puedo respirar, me ahoga! ¡Sálvame, Billy Joe! ¡No, Billy Joe, no me salves! ¡Aaah!

Luego de que Big Bart se corriera, hizo que Billy Joe le lavara las partes y entonces salieron todos juntos a disfrutar de una espléndida cena a base de tocino, judías y galletas.

Al día siguiente se encontraron con una carreta solitaria que atravesaba la pradera por sus propios medios. Un chico delgaducho, de unos dieciséis años, con un acné cosa mala, llevaba las riendas. Big Bart se acercó cabalgando.

—¡Eh, chico! —dijo.

El chico no contestó.

—Te estoy hablando, chaval...

—Chúpame el culo —dijo el chico.

—Soy Big Bart.

—Chúpame el culo.

—¿Cómo te llamas, hijo?

—Me llaman «El Niño».

—Mira, Niño, no hay manera de que un hombre atraviese estas praderas con una sola carreta.

—Yo pienso hacerlo.

—Bueno, son tus pelotas, Niño —dijo Big Bart, y se dispuso a dar la vuelta a su caballo, cuando se abrieron las cortinas de la carreta y apareció esa mujercita, con unos pechos increíbles, un culo grande y bonito, y unos ojos como el cielo después de la lluvia. Dirigió su mirada hacia Big Bart, y el cuello de pavo se puso duro y chocó contra el torno de la silla de montar.

—Por tu propio bien, Niño, vente con nosotros.

—Que te den por el culo, viejo —dijo el chico—. No hago caso de avisos de viejos follamadres con los calzoncillos sucios.

—He matado a hombres sólo porque me disgustaba su mirada.

El Niño escupió al suelo. Entonces se incorporó y se rascó los cojones.

—Mira, viejo, me aburres. Ahora desaparece de mi vista o te voy a convertir en una plasta de queso suizo.

—Niño —dijo la chica asomándose por encima de él, saliéndosele una teta y poniendo cachondo al sol—. Niño, creo que este hombre tiene razón. No tenemos posibilidades contra esos cabronazos de indios si vamos solos. No seas gilipollas. Dile a este hombre que nos uniremos a ellos.

—Nos uniremos —dijo el Niño.

—¿Cómo se llama tu chica? —preguntó Big Bart.

—Rocío de Miel —dijo el Niño.

—Y deje de mirarme las tetas, señor —dijo Rocío de Miel— o le voy a sacar la mierda a hostias.

Las cosas fueron bien por un tiempo. Hubo una escaramuza con los indios en Blueball Canyon. 37 indios muertos, uno prisionero. Sin bajas americanas. Big Bart le puso una argolla en la nariz...

Era obvio que Big Bart se ponía cachondo con Rocío de Miel. No podía apartar sus ojos de ella. Ese culo, casi todo por culpa de ese culo. Una vez mirándola se cayó de su caballo y uno de los cocineros indios se puso a reír. Quedó un sólo cocinero indio.

Un día Big Bart mandó al Niño con una partida de caza a matar algunos búfalos. Big Bart esperó hasta que desaparecieron de la vista y entonces se fue hacia la carreta del Niño. Subió por el sillín, apartó la cortina, y entró. Rocío de Miel estaba tumbada en el centro de la carreta masturbándose.

—Cristo, nena —dijo Big Bart—. ¡No lo malgastes!

—Lárgate de aquí —dijo Rocío de Miel sacando el dedo de su chocho y apuntando a Big Bart—. ¡Lárgate de aquí echando leches y déjame hacer mis cosas!

—¡Tu hombre no te cuida lo suficiente, Rocío de Miel!

—Claro que me cuida, gilipollas, sólo que no tengo bastante. Lo único que ocurre es que después del período me pongo cachonda.

—Escucha, nena...

—¡Que te den por el culo!

—Escucha, nena, contempla...

Entonces sacó el gran martillo. Era púrpura, descapullado, infernal, y basculaba de un lado a otro como el péndulo de un gran reloj. Gotas de semen lubricante cayeron al suelo.

Rocío de Miel no pudo apartar sus ojos de tal instrumento. Después de un rato

dijo:

—¡No me vas a meter esa condenada cosa dentro!

—Dilo como si de verdad lo sintieras, Rocío de Miel.

—¡NO VAS A METERME ESA CONDENADA COSA DENTRO!

—¿Pero por qué? ¿Por qué? ¡Mírala!

—¡La estoy mirando!

—¿Pero por qué no la deseas?

—Porque estoy enamorada del Niño.

—¿Amor? —dijo Big Bart riéndose—. ¿Amor? ¡Eso es un cuento para idiotas! ¡Mira esta condenada estaca! ¡Puede matar de amor a cualquier hora!

—Yo amo al Niño, Big Bart.

—Y también está mi lengua —dijo Big Bart—. ¡La mejor lengua del Oeste!

La sacó e hizo ejercicios gimnásticos con ella.

—Yo amo al Niño —dijo Rocío de Miel.

—Bueno, pues jódete —dijo Big Bart y de un salto se echó encima de ella. Era un trabajo de perros meter toda esa cosa, y cuando lo consiguió, Rocío de Miel gritó. Había dado unos siete caderazos entre los muslos de la chica, cuando se vio arrastrado rudamente hacia atrás.

ERA EL NIÑO, DE VUELTA DE LA PARTIDA DE CAZA.

—Te trajimos tus búfalos, hijoputa. Ahora, si te subes los pantalones y sales afuera, arreglaremos el resto...

—Soy la pistola más rápida del Oeste —dijo Big Bart.

—Te haré un agujero tan grande, que el ojo de tu culo parecerá sólo un poro de la piel —dijo el Niño—. Vamos, acabemos de una vez. Estoy hambriento y quiero cenar. Cazar búfalos abre el apetito...

Los hombres se sentaron alrededor del campo de tiro, observando. Había una tensa vibración en el aire. Las mujeres se quedaron en las carretas, rezando, masturbándose y bebiendo ginebra. Big Bart tenía 34 muescas en su pistola, y una fama infernal. El Niño no tenía ninguna muesca en su arma, pero tenía una confianza en sí mismo que Big Bart no había visto nunca en sus otros oponentes. Big Bart parecía el más nervioso de los dos. Se tomó un trago de whisky, bebiéndose la mitad de la botella, y entonces caminó hacia el Niño.

—Mira, Niño...

—¿Sí, hijoputa...?

—Mira, quiero decir, ¿por qué te cabreas?

—¡Te voy a volar las pelotas, viejo!

—¿Pero por qué?

—¡Estabas jodiendo con mi mujer, viejo!

—Escucha, Niño, ¿es que no lo ves? Las mujeres juegan con un hombre detrás de otro. Sólo somos víctimas del mismo juego.

—No quiero escuchar tu mierda, papá. ¡Ahora aléjate y prepárate a desenfundar!

—Niño...

—¡Aléjate y listo para disparar!

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Los hombres en el campo de fuego se levantaron. Una ligera brisa vino del Oeste oliendo a mierda de caballo. Alguien tosió. Las mujeres se agazaparon en las carretas, bebiendo ginebra, rezando y masturbándose. El crepúsculo caía.

Big Bart y el Niño estaban separados 30 pasos.

—Desenfunda tú, mierda seca —dijo el Niño—, desenfunda, viejo de mierda, sucio rijoso.

Despacio, a través de las cortinas de una carreta, apareció una mujer con un rifle. Era Rocío de Miel. Se puso el rifle al hombro y lo apoyó en un barril.

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—Vamos, violador cornudo —dijo el Niño—. ¡DESENFUNDA!




La mano de Big Bart bajó hacia su revolver. Sonó un disparo cortando el crepúsculo. Rocío de Miel bajó su rifle humeante y volvió a meterse en la carreta. El Niño estaba muerto en el suelo, con un agujero en la nuca. Big Bart enfundó su pistola sin usar y caminó hacia la carreta. La luna estaba ya alta.


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