jueves, 26 de noviembre de 2009

EL ARTE DE LA GUERRA 1-3

Sun Tzu, El Arte de la Guerra


es el mejor libro de estrategia de todos los tiempos. Inspiró a Napoleón, Maquiavelo, Mao Tse Tung y muchas más figuras históricas. Este libro de dos quinientos mil años de antigüedad, es uno de los más importantes textos clásicos chinos, en el que, a pesar del tiempo transcurrido, ninguna de sus máximas ha quedado anticuada, ni hay un solo consejo que hoy no sea útil. Pero la obra del general Sun Tzu no es únicamente un libro de práctica militar, sino un tratado que enseña la estrategia suprema de aplicar con sabiduría el conocimiento de la naturaleza humana en los momentos de confrontación. No es, por tanto, un libro sobre la guerra; es una obra para comprender las raíces de un conflicto y buscar una solución. “la mejor victoria es vencer sin combatir”, nos dice Sun Tzu, “y ésa es la distinción entre le hombre prudente y el ignorante”.

Sun Tzu fué un general chino que vivió alrededor del siglo V antes de Cristo. La
colección de ensayos sobre el arte de la guerra atribuida a Sun Tzu es el tratado más
antiguo que se conoce sobre el tema. A pesar de su antigüedad los consejos de Sun Tzu
siguen manteniendo vigencia.


El Arte de la Guerra es el mejor libro de estrategia de todos los tiempos. Inspiró a
Napoleón, Maquiavelo, Mao Tse Tung y muchas más figuras históricas. Este libro de dos
mil quinientos años de antigüedad, es uno de los más importantes textos clásicos chinos,
en el que, a pesar del tiempo transcurrido, ninguna de sus máximas ha quedado anticuada,
ni hay un solo consejo que hoy no sea útil.



Pero la obra del general Sun Tzu no es
únicamente un libro de práctica militar, sino un tratado que enseña la estrategia suprema de aplicar con sabiduría el conocimiento de la naturaleza humana en los momentos de confrontación.


No es, por tanto, un libro sobre la guerra; es una obra para comprender las
raíces de un conflicto y buscar una solución. “la mejor victoria es vencer sin combatir”, nos dice Sun Tzu, “y ésa es la distinción entre le hombre prudente y el ignorante”.

La obra de Sun Tzu llegó por primera vez a Europa en el periodo anterior a la Revolución
Francesa, en forma de una breve traducción realizada por el sacerdote jesuita J. J. M.
Amiot. En las diversas traducciones que se han hecho desde entonces, se nombra
ocasionalmente al autor como Sun Wu o Sun Tzi


El núcleo de la filosofía de Sun Tzu sobre la guerra descansa en estos dos principios:
Todo el Arte de la Guerra se basa en el engaño. El supremo Arte de la Guerra es
someter al enemigo sin luchar.


Las ideas de Sun Tzu se extendieron por el resto de Asia hasta llegar a Japón. Los
japoneses adoptaron rápidamente estas enseñanzas y, posiblemente, añadieron algunas de
su propia cosecha. Hay constancia de que el principal libro japonés sobre el tema, "El
libro de los Cinco Anillos", está influido por la filosofía de Sun Tzu, ya que su autor,
Miyamoto Mushashi, estudió el tratado de "El Arte de la Guerra" durante su formación como Samurai.



Habitualmente se hace referencia a las culturas orientales como culturas de estrategia y
no es pequeña la influencia de Sun Tzu en este desarrollo cultural. Hoy en día, la filosofía
del arte de la guerra ha ido más allá de los límites estrictamente militares, aplicándose a
los negocios, los deportes, la diplomacia e incluso el comportamiento personal. Por
ejemplo, muchas frases clave de los manuales modernos de gestión de empresas, son
prácticamente citas literales de la obra de Sun Tzu (cambiando, por ejemplo, ejercito por
empresa, o armamento por recursos, sin ir más lejos).

Las ideas siguen siendocompletamente válidas a pesar de los 25 siglos transcurridos desde que se escribieron.+



C A P I T U L O I
Sobre la evaluación

Sun Tzu dice: la guerra es de vital importancia para el Estado; es el dominio de la
vida o de la muerte, el camino hacia la supervivencia o la pérdida del Imperio: es
forzoso manejarla bien. No reflexionar seriamente sobre todo lo que le concierne es dar
prueba de una culpable indiferencia en lo que respecta a la conservación o pérdida de lo
que nos es mas querido; y ello no debe ocurrir entre nosotros.
Hay que valorarla en términos de cinco factores fundamentales, y hacer comparaciones
entre diversas condiciones de los bandos rivales, con vistas a determinar el resultado de la
guerra.



El primero de estos factores es la doctrina; el segundo, el tiempo; el tercero, el terreno; el
cuarto, el mando; y el quinto, la disciplina.
La doctrina significa aquello que hace que el pueblo esté en armonía con su gobernante,
de modo que le siga donde sea, sin temer por sus vidas ni a correr cualquier peligro.
El tiempo significa el Ying y el Yang, la noche y el día, el frío y el calor, días despejados
o lluviosos, y el cambio de las estaciones.
El terreno implica las distancias, y hace referencia a dónde es fácil o difícil desplazarse,
y si es campo abierto o lugares estrechos, y esto influencia las posibilidades de
supervivencia.


El mando ha de tener como cualidades: sabiduría, sinceridad, benevolencia, coraje y
disciplina.
Por último, la disciplina ha de ser comprendida como la organización del ejército, las
graduaciones y rangos entre los oficiales, la regulación de las rutas de suministros, y la
provisión de material militar al ejército.
Estos cinco factores fundamentales han de ser conocidos por cada general. Aquel que los
domina, vence; aquel que no, sale derrotado. Por lo tanto, al trazar los planes, han de
compararse los siguiente siet e factores, valorando cada uno con el mayor cuidado:


¿Qué dirigente es más sabio y capaz?
¿Qué comandante posee el mayor talento?
¿Qué ejército obtiene ventajas de la naturaleza y el terreno?
¿En qué ejército se observan mejor las regulaciones y las instrucciones?
¿Qué tropas son más fuertes?
¿Qué ejército tiene oficiales y tropas mejor entrenadas?
¿Qué ejército administra recompensas y castigos de forma más justa?
Mediante el estudio de estos siete factores, seré capaz de adivinar cual de los dos bandos
saldrá victorioso y cual será derrotado.


El general que siga mi consejo, es seguro que vencerá. Ese general ha de ser mantenido al
mando. Aquel que ignore mi consejo, ciertamente será derrotado. Ese debe ser destituido.
Tras prestar atención a mi consejo y planes, el general debe crear una situación que
contribuya a su cumplimiento. Por situación quiero decir que debe tomar en
consideración la situación del campo, y actuar de acuerdo con lo que le es ventajoso.
El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando es capaz de atacar, ha de
aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, aparentar inactividad. Si está cerca
del enemigo, ha de hacerle creer que está lejos; si está lejos, aparentar que se está cerca.
Poner cebos para atraer al enemigo.


Golpear al enemigo cuando está desordenado. Prepararse contra él cuando está seguro en
todas partes. Evitarle durante un tiempo cuando es más fuerte. Si tu oponente tiene un
temperamento colérico, intenta irritarle. Si es arrogante, trata de fomentar su egoísmo.
Si las tropas enemigas se hallan bien preparadas tras una reorganización, intenta
desordenarlas. Si están unidas, siembra la disensión entre sus filas. Ataca al enemigo
cuando no está preparado, y aparece cuando no te espera. Estas son las claves de la
victoria para el estratega.

Ahora, si las estimaciones realizadas antes de la batalla indican victoria, es porque los
cálculos cuidadosamente realizados muestran que tus condiciones son más favorables que
las condiciones del enemigo; si indican derrota, es porque muestran que las condiciones
favorables para la batalla son menores. Con una evaluación cuidadosa, uno puede vencer;
sin ella, no puede. Muchas menos oportunidades de victoria tendrá aquel que no realiza
cálculos en absoluto.
Gracias a este método, se puede examinar la situación, y el resultado aparece claramente.


C A P I T U L O II
Sobre la iniciación de las acciones


Una vez comenzada la batalla, aunque estés ganando, de continuar por mucho tiempo,
desanimará a tus tropas y embotará tu espada. Si estás sitiando una ciudad, agotarás tus
fuerzas. Si mantienes a tu ejército durante mucho tiempo en campaña, tus suministros se
agotarán.


Las armas son instrumentos de mala suerte; emplearlas por mucho tiempo producirá
calamidades. Como se ha dicho: "Los que a hierro matan, a hierro mueren." Cuando tus
tropas están desanimadas, tu espada embotada, agotadas tus fuerzas y tus suministros son
escasos, hasta los tuyos se aprovecharán de tu debilidad para sublevarse. Entonces,
aunque tengas consejeros sabios, al final no podrás hacer que las cosas salgan bien.
Por esta causa, he oído hablar de operaciones militares que han sido torpes y repentinas,
pero nunca he visto a ningún experto en el arte de la guerra que mantuviese la campaña
por mucho tiempo. Nunca es beneficioso para un país dejar que una operación
militar se prolongue por mucho tiempo.


Como se dice comúnmente, sé rápido como el trueno que retumba antes de que hayas
podido taparte los oídos, veloz como el relámpago que relumbra antes de haber podido
pestañear.


Por lo tanto, los que no son totalmente conscientes de la desventaja de servirse de las
armas no pueden ser totalmente conscientes de las ventajas de utilizarlas.
Los que utilizan los medios militares con pericia no activan a sus tropas dos veces, ni
proporcionan alimentos en tres ocasiones, con un mismo objetivo.

Esto quiere decir que no se debe movilizar al pueblo más de una vez por campaña, y que
inmediatamente después de alcanzar la victoria no se debe regresar al propio país para
hacer una segunda movilización. Al principio esto significa proporcionar alimentos (para
las propias tropas), pero después se quitan los alimentos al enemigo.


Si tomas los suministros de armas de tu propio país, pero quitas los alimentos al enemigo,
puedes estar bien abastecido de armamento y de provisiones.
Cuando un país se empobrece a causa de las operaciones militares, se debe al transporte
de provisiones desde un lugar distante. Si las transportas desde un lugar distante, el
pueblo se empobrecerá.


Los que habitan cerca de donde está el ejército pueden vender sus cosechas a precios
elevados, pero se acaba de este modo el bienestar de la mayoría de la población.
Cuando se transportan las provisiones muy lejos, la gente se arruina a causa del alto
costo. En los mercados cercanos al ejército, los precios de las mercancías se aumentan.
Por lo tanto, las largas campañas militares constituyen una lacra para el país.


Cuando se agotan los recursos, los impuestos se recaudan bajo presión. Cuando el poder
y los recursos se han agotado, se arruina el propio país. Se priva al pueblo de gran parte
de su presupuesto, mientras que los gastos del gobierno para armamentos se elevan.
Los habitantes constituyen la base de un país, los alimentos son la felicidad del pueblo. El
príncipe debe respetar este hecho y ser sobrio y austero en sus gastos públicos.
En consecuencia, un general inteligente lucha por desproveer al enemigo de sus
alimentos. Cada porción de alimentos tomados al enemigo equivale a veinte que te
suministras a ti mismo.


Así pues, lo que arrasa al enemigo es la imprudencia, y la motivación de los tuyos en
asumir los beneficios de los adversarios.
Cuando recompenses a tus hombres con los beneficios que ostentaban los adversarios los
harás luchar por propia iniciativa, y así podrás tomar el poder y la influencia que tenía el
enemigo. Es por esto par lo que se dice que donde hay grandes recompensas hay hombres
valientes.


Por consiguiente, en una batalla de carros, recompensa primero al que tome al menos diez
carros.
Si recompensas a todo el mundo, no habrá suficiente para todos, así pues, ofrece una
recompensa a un soldado para animar a todos los demás. Cambia sus colores (de los
soldados enemigos hechos prisioneros), utilízalos mezclados con los tuyos. Trata bien a
los soldados y préstales atención. Los soldados prisioneros deben ser bien tratados, para
conseguir que en el futuro luchen para ti. A esto se llama vencer al adversario e
incrementar por añadidura tus propias fuerzas.
Si utilizas al enemigo para derro tar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar a
donde vayas.


Así pues, lo más importante en una operación militar es la victoria y no la
persistencia. Esta última no es beneficiosa. Un ejército es como el fuego: si no lo apagas,
se consumirá por sí mismo.
Por lo tanto, sabemos que el que está a la cabeza del ejército está a cargo de las vidas de
los habitantes y de la seguridad de la nación.


C A P I T U L O III
Sobre las proposiciones de la victoria y la derrota


Como regla general, es mejor conservar a un enemigo intacto que destruirlo. Capturar
a sus soldados para conquistarlos y dominas a sus jefes.
Un General decía: "Practica las artes marciales, calcula la fuerza de tus adversarios, haz
que pierdan su ánimo y dirección, de manera que aunque el ejército enemigo esté intacto
sea inservible: esto es ganar sin violencia. Si destruyes al ejército enemigo y matas a sus
generales, asaltas sus defensas disparando, reúnes a una muchedumbre y usurpas un
territorio, todo esto es ganar por la fuerza."


Por esto, los que ganan todas las batallas no son realmente profesionales; los que
consiguen que se rindan impotentes los ejércitos ajenos sin luchar son los mejores
maestros del Arte de la Guerra.
Los guerreros superiores atacan mientras los enemigos están proyectando sus planes.
Luego deshacen sus alianzas.

Por eso, un gran emperador decía: "El que lucha por la victoria frente a espadas desnudas
no es un buen general." La peor táctica es atacar a una ciudad. Asediar, acorralar a una
ciudad sólo se lleva a cabo como último recurso.
Emplea no menos de tres meses en preparar tus artefactos y otros tres para coordinar los
recursos para tu asedio. Nunca se debe atacar por cólera y con prisas. Es aconsejable
tomarse tiempo en la planificación y coordinación del plan.
Por lo tanto, un verdadero maestro de las artes marciales vence a otras fuerzas enemigas
sin batalla, conquista otras ciudades sin asediarlas y destruye a otros ejércitos sin emplear
mucho tiempo.

Un maestro experto en las artes marciales deshace los planes de los enemigos, estropea
sus relaciones y alianzas, le corta los suministros o bloquea su camino, venciendo
mediante estas tácticas sin necesidad de luchar.
Es imprescindible luchar contra todas las facciones enemigas para obtener una victoria
completa, de manera que su ejército no quede acuartelado y el beneficio sea total. Esta es
la ley del asedio estratégico.

La victoria completa se produce cuando el ejército no lucha, la ciudad no es
asediada, la destrucción no se prolonga durante mucho tiempo, y en cada caso el
enemigo es vencido por el empleo de la estrategia.
Así pues, la regla de la utilización de la fuerza es la siguiente: si tus fuerzas son diez
veces superiores a las del adversario, rodéalo; si son cinco veces superiores, atácalo; si
son dos veces superiores, divídelo.

Si tus fuerzas son iguales en número, lucha si te es posible. Si tus fuerzas son inferiores,
manténte continuamente en guardia, pues el más pequeño fallo te acarrearía las peores
consecuencias. Trata de mantenerte al abrigo y evita en lo posible un enfrentamiento
abierto con él; la prudencia y la firmeza de un pequeño número de personas pueden llegar
a cansar y a dominar incluso a numerosos ejércitos.


Este consejo se aplica en los casos en que todos los factores son equivalentes. Si tus
fuerzas están en orden mientras que las suyas están inmersas en el caos, si tú y tus fuerzas
están con ánimo y ellos desmoralizados, entonces, aunque sean más numerosos, puedes
entrar en batalla. Si tus soldados, tus fuerzas, tu estrategia y tu valor son menores que las
de tu adversario, entonces debes retirarte y buscar una salida.
En consecuencia, si el bando más pequeño es obstinado, cae prisionero del bando más
grande.


Esto quiere decir que si un pequeño ejército no hace una valoración adecuada de su poder
y se atreve a enemistarse con una gran potencia, por mucho que su defensa sea firme,
inevitablemente se convertirá en conquistado. "Si no puedes ser fuerte, pero tampoco
sabes ser débil, serás derrotado." Los generales son servidores del Pueblo. Cuando su
servicio es completo, el Pueblo es fuerte. Cuando su servicio es defectuoso, el Pueblo es
débil.


Así pues, existen tres maneras en las que un Príncipe lleva al ejército al desastre. Cuando
un Príncipe, ignorando los hechos, ordena avanzar a sus ejércitos o retirarse cuando no
deben hacerlo; a esto se le llama inmovilizar al ejército. Cuando un Príncipe ignora los
asuntos militares, pero comparte en pie de igualdad el mando del ejército, los soldados
acaban confusos. Cuando el Príncipe ignora cómo llevar a cabo las maniobras militares,
pero comparte por igual su dirección, los soldados están vacilantes. Una vez que los
ejércitos están confusos y vacilantes, empiezan los problemas procedentes de los
adversarios. A esto se le llama perder la victoria por trastornar el aspecto militar.
Si intentas utilizar los métodos de un gobierno civil para dirigir una operación militar, la
operación será confusa.
Triunfan aquellos que:
Saben cuándo luchar y cuándo no
Saben discernir cuándo utilizar muchas o pocas tropas.
Tienen tropas cuyos rangos superiores e inferiores tienen el mismo objetivo.
Se enfrentan con preparativos a enemigos desprevenidos.
Tienen generales competentes y no limitados por sus gobiernos civiles.
Estas cinco son las maneras de conocer al futuro vencedor.
Hablar de que el Príncipe sea el que da las órdenes en todo es como el General solicitarle
permiso al Príncipe para poder apagar un fuego: para cuando sea autorizado, ya no
quedan sino cenizas.
Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si
no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás
otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada
batalla.


C A P I T U L O IV




Sobre la medida en la disposición de los medios

Antiguamente, los guerreros expertos se hacían a sí mismos invencibles en primer
lugar, y después aguardaban para descubrir la vulnerabilidad de sus adversarios.
Hacerte invencible significa conocerte a ti mismo; aguardar para descubrir la vulnerabilidad
del adversario significa conocer a los demás.
La invencibilidad está en uno mismo, la vulnerabilidad en el adversario.
Por esto, los guerreros expertos pueden ser invencibles, pero no pueden hacer que sus
adversarios sean vulnerables.


Si los adversarios no tienen orden de batalla sobre el que informarse, ni negligencias o
fallos de los que aprovecharse, ¿cómo puedes vencerlos aunque estén bien pertrechados?
Por esto es por lo que se dice que la victoria puede ser percibida, pero no fabricada.
La invencibilidad es una cuestión de defensa, la vulnerabilidad, una cuestión de ataque.
Mientras no hayas observado vulnerabilidades en el orden de batalla de los adversarios,
oculta tu propia formación de ataque, y prepárate para ser invencible, con la finalidad de
preservarte. Cuando los adversarios tienen órdenes de batalla vulnerables, es el momento
de salir a atacarlos.


La defensa es para tiempos de escasez, el ataque para tiempos de abundancia.
Los expertos en defensa se esconden en las profundidades de la tierra; los expertos en
maniobras de ataque se esconden en las más elevadas alturas del cielo. De esta manera
pueden protegerse y lograr la victoria total.


En situaciones de defensa, acalláis las voces y borráis las huellas, escondidos como
fantasmas y espíritus bajo tierra, invisibles para todo el mundo. En situaciones de ataque,
vuestro movimiento es rápido y vuestro grito fulgurante, veloz como el trueno y el
relámpago, para los que no se puede uno preparar, aunque vengan del cielo.
Prever la victoria cuando cualquiera la puede conocer no constituye verdadera destreza.
Todo el mundo elogia la victoria ganada en batalla, pero esa victoria no es realmente tan
buena.



Todo el mundo elogia la victoria en la batalla, pero lo verdaderamente deseable es poder
ver el mundo de lo sutil y darte cuenta del mundo de lo oculto, hasta el punto de ser capaz
de alcanzar la victoria donde no existe forma.
No se requiere mucha fuerza para levantar un cabello, no es necesario tener una vista
aguda para ver el sol y la luna, ni se necesita tener mucho oído para escuchar el retumbar
del trueno.


Lo que todo el mundo conoce no se llama sabiduría; la victoria sobre los demás obtenida
por medio de la batalla no se considera una buena victoria.
En la antigüedad, los que eran conocidos como buenos guerreros vencían cuando era fácil
vencer.

Si sólo eres capaz de asegurar la victoria tras enfrentarte a un adversario en un conflicto
armado, esa victoria es una dura victoria. Si eres capaz de ver lo sutil y de darte cue nta
de lo oculto, irrumpiendo antes del orden de batalla, la victoria así obtenida es un
victoria fácil.

En consecuencia, las victorias de los buenos guerreros no destacan por su inteligencia o
su bravura. Así pues, las victorias que ganan en batalla no son debidas a la suerte. Sus
victorias no son casualidades, sino que son debidas a haberse situado previamente en
posición de poder ganar con seguridad, imponiéndose sobre los que ya han perdido de
antemano.

La gran sabiduría no es algo obvio, el mérito grande no se anuncia. Cuando eres capaz de
ver lo sutil, es fácil ganar; ¿qué tiene esto que ver con la inteligencia o la bravura?
Cuando se resuelven los problemas antes de que surjan, ¿quién llama a esto inteligencia?
Cuando hay victoria sin batalla, ¿quién habla de bravura?


Así pues, los buenos guerreros toman posición en un terreno en el que no pueden perder,
y no pasan por alto las condiciones que hacen a su adversario proclive a la derrota.
En consecuencia, un ejército victorioso gana primero y entabla la batalla después; un
ejército derrotado lucha primero e intenta obtener la victoria después.
Esta es la diferencia entre los que tienen estrategia y los que no tienen planes
premeditados.


Los que utilizan bien las armas cultivan el Camino y observan las leyes. Así pueden
gobernar prevaleciendo sobre los corruptos.
Servirse de la armonía para desvanecer la oposición, no atacar un ejército inocente, no
hacer prisioneros o tomar botín par donde pasa el ejército, no cortar los árboles ni
contaminar los pozos, limpiar y purificar los templos de las ciudades y montañas del
camino que atraviesas, no repetir los errores de una civilización decadente, a todo esto se
llama el Camino y sus leyes.


Cuando el ejército está estrictamente disciplinado, hasta el punto en que los soldados
morirían antes que desobedecer las órdenes, y las recompensas y los castigos merecen
confianza y están bien establecidos, cuando los jefes y oficiales son capaces de actuar de
esta forma, pueden vencer a un Príncipe enemigo corrupto.
Las reglas militares son cinco: medición, valoración, cálculo, comparación y victoria. El
terreno da lugar a las mediciones, éstas dan lugar a las valoraciones, las valoraciones a
los cálculos, éstos a las comparaciones, y las comparaciones dan lugar a las victorias.
Mediante las comparaciones de las dimensiones puedes conocer dónde se haya la victoria
o la derrota.


En consecuencia, un ejército victorioso es como un kilo comparado con un gramo; un
ejército derrotado es como un gramo comparado con un kilo.
Cuando el que gana consigue que su pueblo vaya a la batalla como si estuviera dirigiendo
una gran corriente de agua hacia un cañón profundo, esto es una cuestión de orden de
batalla.


Cuando el agua se acumula en un cañón profundo, nadie puede medir su cantidad, lo
mismo que nuestra defensa no muestra su forma. Cuando se suelta el agua, se precipita
hacia abajo como un torrente, de manera tan irresistible como nuestro propio ataque.







C A P I T U L O V
Sobre la firmeza

La fuerza es la energía acumulada o la que se percibe. Esto es muy cambiante. Los
expertos son capaces de vencer al enemigo creando una percepción favorable en ellos, así
obtener la victoria sin necesidad de ejercer su fuerza.


Gobernar sobre muchas personas como si fueran poco es una cuestión de dividir las en
grupos o sectores: es organización. Batallar contra un gran número de tropas como si
fueran pocas es una cuestión de demostrar la fuerza, símbolos y señales.
Se refiere a lograr una percepción de fuerza y poder en la oposición. En el campo de
batalla se refiere a las formaciones y banderas utilizadas para desplegar las tropas y
coordinar sus movimientos.




Lograr que el ejército sea capaz de combatir contra el adversario sin ser derrotado es una
cuestión de emplear métodos ortodoxos o heterodoxos.
La ortodoxia y la heterodoxia no es algo fijo, sino que se utilizan como un ciclo. Un
emperador que fue un famoso guerrero y administrador, hablaba de manipular las
percepciones de los adversarios sobre lo que es ortodoxo y heterodoxo, y después atacar
inesperadamente, combinando ambos métodos hasta convertirlo en uno, volviéndose así
indefinible para el enemigo.


Que el efecto de las fuerzas sea como el de piedras arrojadas sobre huevos, es una
cuestión de lleno y vacío.
Cuando induces a los adversarios a atacarte en tu territorio, su fuerza siempre está vacía
(en desventaja); mientras que no compitas en lo que son los mejores, tu fuerza siempre
estará llena. Atacar con lo vacío contra lo lleno es como arrojar piedras sobre huevos: de
seguro se rompen.


Cuando se entabla una batalla de manera directa, la victoria se gana por sorpresa.
El ataque directo es ortodoxo. El ataque indirecto es heterodoxo.
Sólo hay dos clases de ataques en la batalla: el extraordinario por sorpresa y el directo
ordinario, pero sus variantes son innumerables. Lo ortodoxo y lo heterodoxo se originan
recíprocamente, como un círculo sin comienzo ni fin; ¿quién podría agotarlos?
Cuando la velocidad del agua que fluye alcanza el punto en el que puede mover las
piedras, ésta es la fuerza directa. Cuando la velocidad y maniobrabilidad del halcón es tal
que puede atacar y matar, esto es precisión. Lo mismo ocurre con los guerreros expertos:
su fuerza es rápida, su precisión certera. Su fuerza es como disparar una catapulta, su
precisión es dar en el objetivo previsto y causar el efecto esperado.


El desorden llega del orden, la cobardía surge del valor, la debilidad brota de la fuerza.
Si quieres fingir desorden para convencer a tus adversarios y distraerlos, primero tienes
que organizar el orden, porque sólo entonces puedes crear un desorden artificial. Si
quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que
ser extremadamente valiente, porque sólo entonces puedes actuar como tímido de manera
artificial. Si quieres fingir debilidad para inducir la arrogancia en tus enemigos, primero
has de ser extremadamente fuerte porque sólo entonces puedes pretender ser débil.
El orden y el desorden son una cuestión de organización; la cobardía es una cuestión
valentía y la de ímpetu; la fuerza y la debilidad son una cuestión de la formación en la
batalla.


Cuando un ejército tiene la fuerza del ímpetu (percepción), incluso el tímido se vuelve
valiente, cuando pierde la fuerza del ímpetu, incluso el valiente se convierte en tímido.
Nada está fijado en las leyes de la guerra: éstas se desarrollan sobre la base del ímpetu.
Con astucia se puede anticipar y lograr que los adversarios se convenzan a sí mismos
cómo proceder y moverse; les ayuda a caminar por el camino que les traza. Hace moverse
a los enemigos con la perspectiva del triunfo, para que caigan en la emboscada.
Los buenos guerreros buscan la efectividad en la batalla a partir de la fuerza del ímpetu
(percepción) y no dependen sólo de la fuerza de sus soldados. Son capaces de escoger a
la mejor gente, desplegarlos adecuadamente y dejar que la fuerza del ímpetu logre sus
objetivos.


Cuando hay entusiasmo, convicción, orden, organización, recursos, compromiso de los
soldados, tienes la fuerza del ímpetu, y el tímido es valeroso. Así es posible asignar a los
soldados por sus capacidades, habilidades y encomendarle deberes y responsabilidades
adecuadas. El valiente puede luchar, el cuidadoso puede hacer de centinela, y el
inteligente puede estudiar, analizar y comunicar. Cada cual es útil.


Hacer que los soldados luchen permitiendo que la fuerza del ímpetu haga su trabajo es
como hacer rodar rocas. Las rocas permanecen inmóviles cuando están en un lugar plano,
pero ruedan en un plano inclinado; se quedan fijas cuando son cuadradas, pero giran si
son redondas. Por lo tanto, cuando se conduce a los hombres a la batalla con astucia, el
impulso es como rocas redondas que se precipitan montaña abajo: ésta es la fuerza que
produce la victoria.

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